En el día de hoy, 19 de septiembre, se cumple el centenario del nacimiento de Paulo Freire (1921 – 1997). Exponente de lo más elevado del pensamiento crítico nuestroamericano, Freire logró sistematizar una práctica y una perspectiva de la pedagogía de les oprimides y para les oprimides, para la revolución y en revolución. Como siempre ocurre con las figuras que logran dejar una huella inocultable, también desde el poder que él combatió hoy algunes celebran los 100 años de su natalicio. Distinta es nuestra reivindicación, la de los movimientos sociales, los partidos revolucionarios, les educadores populares. El carácter radical de su teoría y de su experiencia desborda esos reconocimientos oficiosos de progresismos, burocracias y academias. Compartimos algunas reflexiones y aportes de Freire que nos interpelan a quienes queremos construir revolución, de esperanza, de pregunta, de vida, contra este mundo de muerte y cosificación.

Nacer en la periferia

Freire nos enseñó, como toda la rica tradición de la teoría crítica de América Latina y el tercer mundo, que no se puede separar texto de contexto. Algunas breves notas de su biografía contribuyen a comprender, a otorgar sentido a sus aportes.

Paulo Reglus Neves Freire nació en la capital de Pernambuco, Recife, en el noreste de Brasil. No habían pasado aún 50 años de que Brasil aboliera oficialmente la esclavitud cuando Freire vino al mundo. La región del noreste era (y es) la periferia un país marcado a fuego por el racismo y las desigualdades extremas. Aunque su familia podía ser considerada de “clase media”, no escapó a la miseria generalizada que produjo la crisis de 1930. Estudió Filosofía y Psicología del Lenguaje en la Universidad. Ya graduado, se dedicó a ejercer la enseñanza en el nivel secundario. Se casó por entonces con, Elza Maia Costa de Oliveira, con quien tuvo cinco hijos, y era maestra de primaria.

A inicios de la intensa década de 1960, fue nombrado director del Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Recife. Desde ese lugar, desarrolló la exitosa experiencia de alfabetización de trabajadores de caña de azúcar. Refutó de forma contundente uno de los mitos conductistas de la educación bancaria: aquél que sostiene que la pedagogía crítica no es “eficiente”. En 45 días los 300 trabajadores de la caña, lograron alfabetizarse. Los círculos de cultura se multiplicaron por el país y empezaba a reorganizarse en torno a sus ideas el plan nacional de alfabetización de adultos para lograr que más de 2 millones de personas accedieran a la lectura de la palabra. Pero el golpe del 31 de marzo 1964 puso fin a esa experiencia de alfabetización, como a tantas otras que venían desarrollando les trabajadores y oprimides, y que superaban los propios márgenes del gobierno de João Goulart.

Freire pasó 75 días en cárcel por “subversivo”. Desde entonces, inició un largo periplo de exilio. Como muchxs otrxs grandes intelectuales revolucionarixs, de Brasil emigró a Chile. Trabajó en el Instituto Chileno de Reforma Agraria, hasta que la publicación de Pedagogía del oprimido (1970), expresión y aporte a un proceso de radicalización intelectual y política en pleno desenvolvimiento, forzó su salida del país. Trabajó en la UNESCO, dio clases en diversas universidades. Muy especialmente, acompañó de primera mano y de cuerpo presente los procesos revolucionarios y de reconstrucción (económica, pero también social, cultural e intelectual) de países que habían conquistado su independencia en África. Esas experiencias sirvieron para profundizar en la relación entre educación y proceso político revolucionario. A fines de los 70, fue parte de quienes acompañaron la “Cruzada de la Alfabetización” que emprendió el gobierno sandinista en la Nicaragua revolucionaria.

Regresó a Brasil a principios de la década de 1980. Ocupó diversos cargos educativos, dio clases en distintas universidades y permaneció en vínculo con las resistencias y búsquedas de los pueblos por nombrar, estudiar y transformar el mundo.

La falacia de la neutralidad y la asepsia

La separación forzada entre educación y política constituye uno de los pilares del pensamiento burgués en cualquiera de sus variantes. En su versión positivista, “el” saber es concebido como único, acabado, realizado por especialistas; la educación es desde esta perspectiva la trasmisión de conocimientos en los que quien educa tiene el rol activo excluyente. La supuesta neutralidad encubre un pensamiento que avasalla sentidos tanto como a nivel social avasallaron (y avasallan) territorios y cuerpos. La construcción clasista y racista del pueblo como “bárbaro”, “ignorante” lejos está de la neutralidad; hay una finalidad y una coherencia entre ese modo de plantear el acto educativo y la construcción en base a genocidios de las repúblicas sudamericanas en estados naciones. La prepotencia de esos actos educativos que desconocen los saberes, que niegan en los hechos el rol de productores de conocimiento que hace a nuestro ser específico, conduce a una formación de sujetos oprimidos, a pesar de contar con “información”.

La versión “progresista” del pensamiento burgués, aquél que en estos días exalta a Freire, recupera las críticas a las formas y contenidos de la educación “tradicional” pero la disocia de su práctica política de aceptación (vergonzante o gustosa) del orden social injusto en el que se despliega.  La demagogia de esos actos educativos que dicen hablar críticamente de la realidad al mismo tiempo que la reafirman, actualizan la discordancia entre decir, hacer, pensar y sentir, tan propia de la concepción burguesa del mundo.

No es nuevo ni original el proceder, el propio Freire señalaba esa contradicción. «Ya se efectúe de modo ingenuo o astuto, separar la educación de la política no sólo resulta artificial sino peligroso. Pensar en la educación como independiente del poder que la constituye, divorciada del mundo real en que se forja, nos lleva o bien a reducirla a un mundo de valores e ideales abstractos (que el pedagogo construye dentro de su conciencia sin ni siquiera entender el condicionamiento que le lleva a pensar de ese modo), o a convertirla en un repertorio de técnicas de comportamiento, o a percibirla como un trampolín para modificar la realidad.» (Paulo Freire, “Llamada a la concienciación y a la desescolarización”, La naturaleza política de la educación. Cultura, poder y liberación, Paidós, Madrid, 1990, p. 167).

Por el contrario, en la praxis de Freire la relación entre educación y organización política es central. En polémica con la concepción idealista, el proceso de toma de conciencia no es algo que se da en el plano de las ideas solamente, sino que parte de la realidad, se vincula críticamente, de forma no inmediata con ella, comprende sus causas y razones, para volver a la realidad para transformarla. Como se puede ver, los vínculos metodológicos y de concepción de la pedagogía freireana con la filosofía de la praxis son profundos.

Leer y estudiar para la liberación

La lucha contra el epistemicidio que ha acompañado y acompaña los procesos genocidas, no es para Freire una exaltación de la inmediatez. No hay en Freire “populismo” pedagógico. El punto de partida político, ideológico y ético de reconocer de entrada a lxs sujetxs como sujetxs activxs, con conocimientos, con deseos y proyectos, no lleva a la exaltación de la pobreza cultural que impone para las mayorías la explotación del capital.

La posibilidad de la reflexión teórica sobre la propia realidad es un arma, de conciencia y de acción. La apropiación de la cultura humana que antecede y que supera la experiencia individual, es un momento imprescindible del proceso de forjar una conciencia, una voluntad y una acción transformadora, que apunte a cambiar de raíz la realidad.

Reconocer el proceso de expropiación de las condiciones materiales de existencia que padecemos las masas trabajadoras en el capitalismo, es también reconocer la expropiación de nuestra capacidad de pensar, de nuestra capacidad de nombrar, de analizar y de comprender. Así como lo que producimos nos es enajenado como mercancías que se compran y se venden a quien tenga el dinero en su bolsillo, la cultura que hacemos y recreamos los pueblos nos es expropiada. Nos quedan retazos, fragmentos. Nos queda la experiencia inmediata. Pero las condiciones de vida y la acción permanente del enemigo de clase apuntan a que no logremos profundizar y desarrollar una concepción de mundo acorde a nuestra realidad.

“Todxs nosotrxs sabemos algo. Todxs nosotrxs ignoramos algo. Por eso, siempre aprendemos” era una de las frases disparadoras propuestas por Freire en el proceso de alfabetización. No es platónico el planteo, no se cree que el conocimiento ya está en su completitud dentro del sujeto y que sólo se trata de permitir que a través de la reminiscencia se vuelva consciente. El conocimiento que tenemos es punto de partida, pero es el estudio, la acción y la reflexión enriquecida lo que permite el aprendizaje. La lucha por apropiarnos de la cultura, por estudiar texto y contexto, por comprender la complejidad de la vida y de la construcción, demanda un esfuerzo individual y colectivo. Anticipar y reflexionar críticamente sobre nuestra práctica es el camino para salir de la noria que nos deja siempre en el mismo punto de partida. Frente al desprecio por la formación que exalta este capitalismo descompuesto de posverdad, frente al relativismo y el oscurantismo de un capitalismo que ya no puede siquiera ilusionarse de tener un horizonte de futuro superador de la catástrofe que ofrecer, volver a Freire nos permite orientar el camino.

La revolución que buscamos y construimos tiene mucho que aprender y recrear de los aportes de Freire. La emancipación como práctica cotidiana que debe conjugarse en presente. El rigor de la lucha que es también asumir la necesidad de estudiar con seriedad. La necesidad de que la teoría se nutra de la práctica y de que la práctica sea fundada y orientada teóricamente. La ética de que hay una justa indignación y rabia que debe organizarse. La certeza de que una revolución implica la transformación conjunta de la humanidad y sus circunstancias. De todo eso nos habla Freire, en este 2021 de pandemia, crisis, muerte y farsa decadente del poder. Lejos del fatalismo, del derrotismo que lleva a asumir el orden que existe limitando la acción y el pensamiento a alguna acción de maquillaje, la esperanza de les oprimides como imperativo, como voluntad y como decisión consciente de que quienes construimos el mundo, tenemos la capacidad de nombrarlo para reconstruirlo de un modo plenamente humano.

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