Hoy, 3 de marzo de 2021, se cumple un nuevo aniversario de la toma del emblemático cerro de Potosí por parte 200 mujeres comandadas por Juana Azurduy en 1816. Luego de varias derrotas (Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma), las fuerzas revolucionarias lograron asestar un fuerte golpe a los realistas que ocupaban el cerro de la ciudad altoperuana.

Juana fue parte del ala revolucionaria radical de nuestras revoluciones anticoloniales. Para ella, la libertad no se reducía a la libertad de comprar y vender. El fin de la colonia no era conseguir ocupar el sillón dejado por los peninsulares. No, para ella y para muchas y muchos otros, revolución era cambiar todo lo que debía ser cambiado, como sintetizaría mucho después Fidel. Juana puso el cuerpo y la vida en la lucha. Sus hazañas, no obstante, fueron o bien silenciadas, o bien reducidas a un caso individual. Por el contrario, las 200 mujeres que combatieron en Potosí con ella, como las cientos y miles que desde la invasión europea pelearon, muestran que las mujeres fuimos parte de esta larga lucha contra la opresión que todavía no termina. Esa dimensión colectiva, más negada aún que el reconocimiento a ciertas mujeres admirables, es absolutamente central para apropiarnos de nuestra historia.

Criolla y mestiza, Juana supo sentir en lo más hondo la aberrante explotación en las minas que sepultó a miles y miles de seres humanos en el sanguinario proceso de acumulación originaria que permitió el nacimiento del capital y del capitalismo. Pero no sólo sintió: no se trata de tener compasión con quienes sufren, sino de luchar por transformar esa realidad codo a codo con ellas y ellos. Y eso fue lo que hizo Juana. La guerra contra los realistas, que desplegaron toda su experiencia genocida, fue cruel. Juana perdió a toda su familia y todos sus hijes menos a la menor. Peleó a caballo, lanza en alto, embarazada de 6 meses.

El triunfo en la guerra luego dio paso a la victoria de la oligarquía criolla, al dominio racista y patriarcal del poder de la propiedad privada y el dinero. Los estados nacionales que fueron surgiendo mutilaron el proyecto de Patria Grande y junto con él, la fuerza radical de la lucha de mujeres, negrxs, indígenas, pobres y desheredadxs que habían conquistado la libertad en los campos de batalla. El final de Juana, pobre, olvidada, enterrada como NN, sintetiza la historia de nuestra revolución interrumpida.

A más de dos siglos de distancia, un progresismo que sólo tiene para ofrecer mejores modales que sus pares abiertamente derechistas, que se dedica a administrar lo que existe y a llamar “justicia e igualdad” a una distribución que merecería ser llamada limosna, reivindica a Juana como parte de su historia. Pues no, Juana no fue partidaria del posibilismo, ni se escudó en la “relación de fuerzas” para acomodarse en un mundo injusto.

Frente a corrientes feministas que hacen propia la Teoría de los Dos Demonios igualando la violencia opresora con la violencia revolucionaria, reivindicamos en Juana la decisión de pelear, con otras y otros, hasta vencer o morir. Frente a corrientes feministas que reducen a la, necesaria pero insuficiente, revisión de las prácticas interpersonales, reivindicamos la potencia de un feminismo siendo parte de una lucha por la plena emancipación humana. Frente a una izquierda y frente a un feminismo que sólo encuentra sus puntos de referencia en Europa, reivindicamos la larga tradición de lucha y organización de nuestras mujeres como parte de nuestro feminismo, aun cuando ellas mismas no se consideraran feministas.

El feminismo revolucionario que construimos y al que apostamos, tiene en Juana y en las 200 compañeras que pelearon con ella en Potosí, una raíz inestimable e innegociable.

Valeria Ianni, Mariana «Negrita» G. D.

 

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