El gobierno nacional acaba de anunciar como una “gran medida” un acuerdo con el Consorcio de los Exportadores de Carne y las grandes cadenas de supermercados sobre 10 cortes para retrotraer precios a… noviembre de 2020. Carne y política, un tema de larga data y múltiples ramificaciones del capitalismo dependiente argentino.

De los autores de la farsa “nacional y popular” contra Vicentin… ahora el acuerdo de carnes

El año 2020 cerró con una inflación anual del 36,1%. No obstante, la estampida de precios fue (como de costumbre) muy superior en alimentos y bebidas. Es decir, en el rubro que se lleva aproximadamente la tercera parte de los ingresos de cada trabajador. El aumento en la carne fue especialmente notorio, en el país de la carne, millones de laburantes vemos convertido en lujo el acceso a ese producto que engorda los bolsillos de los grandes exportadores.

De acuerdo a las fuentes oficiales, se firmó “un acuerdo con el consorcio de exportadores ABC (principal proveedor del canal supermercados), con las cámaras CADIF, FIFRA, UNICA y con los supermercados agrupados en ASU” (Tiempo, 27 de enero de 2021). El mismo consiste en reducir los precios promedios a sus niveles de noviembre a lo largo de 2 (dos) meses, en 10 “cortes populares”, es decir, 10 cortes de descarte para la exportación. La supuesta reducción tendrá vigencia los tres primeros miércoles de cada mes y los fines de semana en las grandes cadenas de supermercado. El vacío se conseguirá, teóricamente ya que siempre hay faltantes en la ejecución de los acuerdos, a $500 el kilogramo. Es decir, quienes cobran el salario mínimo ($20.500 pesos desde diciembre) podrán darse el lujo de comprar un kilo y “algo” de vacío (el equivalente a $683), en un día en que no gasten en nada más (ni transporte, ni otros alimentos y bebidas, ni vivienda, ni…). Les trabajadores con ingresos un poco más alejados de la indigencia, están cobrando por día unos ¡dos kilos de carne! Ni hablar de les millones de descocupades y precarizades a quienes ni siquiera se les ha extendido el cobro del cuarto IFE o que sobreviven con planes sociales. O de les jubilades.

“Es un comienzo” tuvieron la caradurez de justificar representantes del oficialismo. Hasta un personaje como Alberto Samid, que se ubica en las antípodas de la izquierda, salió a criticar el acuerdo. Pero, ¿qué sorpresa puede generar esto luego de una práctica consecuente de agachadas contra el poder fáctico? Los acreedores externos y las mil y un ofertas, la expropiación de Vicentín, las retenciones al agro, el “aporte solidario” dilatado y aún no aplicado marcan una línea de acción de política clara. Este acuerdo es lo que la burguesía “nacional” está dispuesta a dar, y lo que la representación política del estado no buscará forzar.

Otro enero y una misma pelea

Se han cumplido en estos días de enero un nuevo anirversario de la legendaria lucha de les laburantes y sus familias en defensa del frigorífico municipal Lisandro de la Torre del barrio de Mataderos. Por ese entonces, estaba en el gobierno Frondizi de la Unión Cívica Radical Intransigente, elegido con el voto del peronismo pactado con Perón en Caracas. Comprometido con el desarrollo capitalista, Frondizi abrió las puertas a las 200 empresas extranjeras (en especial yanquis) que se radicaron para “desarrollar la industria”. Las ventajas que recibieron fueron enormes. Pero un gobierno con intelectuales bastante más formados que los actuales había desarrollado toda un discurso respecto de que esos negocios del capital transnacional redundarían en una mayor soberanía y en el “desarrollo autosustentado”. Junto a ello, Frondizi encaró una ofensiva de privatizaciones de empresas estatales. En relación al interés de esta nota, una de esas empresas era el Lisandro. El frigorífico municipal empleaba por entonces a unos 10 mil trabajadores. Era el núcleo productivo del barrio. Con sus ventas, regulaba los precios de la carne en el mercado. Pero, además, tenía un rol central en términos sanitarios. Si al revisar la pleura del animal faenado se diagnosticaba tuberculosis u otras enfermedades, la totalidad del animal era descartado. No ocurría (ni ocurre) lo mismo en frigoríficos en los que el afán de ganancia hace que el resto de las partes del animal infectado sean convertidas en mercancía de todas formas.

La resistencia fue notable. Los obreros ocuparon el frigorífico. Todo el barrio se aprestó a resistir con barricadas y con esa solidaridad de clase de la que tantos ejemplos tiene nuestra historia. Había claridad de lo que significaba la privatización: despidos, descontrol de precios, derrumbe del barrio, ruina de miles de familias.

El gobierno “progresista” en diciembre había lanzado su plan de ajuste tras un acuerdo stand by con el FMI. Meses antes se había puesto a la vanguardia en el continente americano en la adopción de la doctrina contrainsurgente elaborada por entonces por los genocidas franceses de Vietnam y Argelia. Entonces, como siempre han hecho los gobiernos “menos malos” del capital, Frondizi declaró el Estado de Conmoción Interna del Estado (el nefasto Plan CONINTES) y tanques del ejército derribaron las barricadas de la clase trabajadora. Así, a punta de cañón, el estado le garantizó a la Corporación Argentina de Productores de Carne la apropiación del frigorífico.

Años antes, la misma prepotencia

El frigorífico municipal que el desarrollismo privatizó, llevaba el nombre de quien encabezara la investigación sobre las grandes empresas exportadoras de carne, de capitales ingleses y norteamericanos en plena década del treinta. El desfalco como práctica cotidiana de estas grandes empresas que tenían representantes directos en el gobierno de la “década infame” era escandaloso.

La corrupción había escalado a partir de la firma del tristemente célebre Tratado Roca Runciman. El firmante por Argentina no era otro que hijo del genocida y terrateniente Julio Argentino Roca. En el contexto de la crisis de 1930 y el cierre de mercados para Argentina, el gobierno argentino surgido del golpe primero y del “fraude patriótico” después, no dudó en argumentar que Argentina debía ser considerada una colonia al igual que los países de la Commonwealth. A cambio de que los grandes terratenientes pudieran seguir vendiendo a las grandes empresas que exportaban carnes el gobierno de la colonia argenta prohibió la instalación de nuevos frigoríficos en su territorio, liberó de impuestos los productos ingleses, se comprometió a comprar todo el material ferroviario en la metrópoli (aun cuando fuera más barato el de otros países), le concedió la integración del directorio del recientemente creado Banco Central, y se le otrogó el monopolio del transporte de la Capital Federal a una corporación británica.

“La industria más genuina del suelo argentino, la ganadería, se encuentra en ruinas por obra de dos factores principales: la acción extorsiva de un monopolio extranjero y la complicidad de un gobierno que unas veces la deja hacer y otras la protege directamente.” Decía Lisandro de la Torre (El Historiador.com.ar) al comenzar el debate en el senado. La denuncia de evasión impostiva y fraude contra tres grandes empresas frigoríficas (Anglo, Armour y Swift) incluía al ministro de Economía, Federico Pinedo y al de Hacienda, Luis Duhau.

El poder real “resolvió” la cuestión asesinando a Enzo Bordabehere, secretario de Lisandro de la Torre, en plena sesión del “Honorable” Senado de la Nación.

Algunas enseñanzas indispensables

La clase dominante de este capitalismo dependiente pretende, una vez más, hacer pasar su mezquino interés individual como el interés general del pueblo. La administración del estado en manos del Frente de Todos, no se atrevió en plena pandemia y con alta imagen positiva a rozar esos intereses. Cuando amagó, retrocedió antes de arrancar. Pero tampoco es algo novedoso. Como hemos visto, la relación entre carne y política es de larga data, y los perdedores, somos quienes trabajamos.

La contradicción de un país que exporta alimentos y que tiene a la mayoría de la población en la pobreza, privada de acceder a esos alimentos, muestra el corazón del sistema capitalista. No estamos dispuestes a que nos den lecciones de realpolitik, a que nos hablen de las complejas relaciones, o que se atrevan a señalar con indignación (y sin ninguna medida) que las empresas son “egoístas”. Nuestres pibis necesitan alimentarse bien. Eso no se pioriza ni se priorizará jamás bajo el régimen del capital. La soberanía alimentaria no la va a garantizar ninguna versión de esa clase dominante que desprecia la vida de todes nosotres.

Valeria Ianni

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