chile desperto; tras el voto a favor del plesbiscito

Por Valeria Ianni

El domingo 25 de octubre celebramos con alegría la victoria del “apruebo” y de la “convención constituyente” en Chile. Las movilizaciones en todo el país y en la emblemática Plaza de la Dignidad mostraron una vez más la masividad de la lucha. Profundizamos en este artículo un análisis de algunas enseñanzas y desafíos que debemos extraer y enfrentar quienes peleamos por la revolución en esta Patria Grande nuestroamericana.

Un largo y complejo proceso de recomposición de las fuerzas del pueblo

Con más del 78% a favor de la opción del “apruebo” y, dentro de esta alternativa, más de un 79% a favor de la “convención constituyente”, el plebiscito del 25 de octubre marca con claridad cuál es la voluntad popular: poner fin a la constitución pinochetista. La impronta de clase es otro de los elementos que se destacan en esta votación histórica.

Esta expresión masiva que identifica a la dictadura y a la transición pactada la base de histórica y estructural de las aberrantes condiciones que padece el pueblo. La mercantilización, la privatización, una concentración de la riqueza y de los resortes de la economía en empresas transnacionales y un puñado de familiar, una escandalosa corrupción, connivencia e impunidad son las marcas que han caracterizado el neoliberalismo chileno. Por supuesto, muchos de esos rasgos son compartidos por otros países en esta etapa y no son más que una exacerbación de las características de la dominación capitalista en general. Pero en el caso de Chile, la imposición a sangre y fuego mediante el golpe y la larga dictadura logró perpetuarse con una transición que profundizó la revancha clasista del 73.

El ataque contra las condiciones de vida, trabajo y de organización de la clase trabajadora ha sido sistemática. La expropiación de les de abajo ha sido el correlato necesario del enriquecimiento de los de arriba. El saqueo de los bienes comunes llegando a grados de devastación alarmantes fue parte del mismo proceso. También la firma de tratados de libre comercio al por mayor. La militarización y la persecución de cualquier disidencia, la respuesta represiva a la protesta social fueron otros de los pilares de este tan propagandizado “exitoso modelo chileno”.

A lo largo de los “30 años”, e incluso desde el derrocamiento de Allende, las muestras de resistencia fueron importantes. No obstante, ellas no habían logrado una impugnación general y de raíz al régimen político. Por un lado, la resistencia a la dictadura, incluyendo la resistencia político – militar, tuvo en el país hermano una enorme potencia y arraigo de clase. No obstante, la labor represiva y desorganizadora del movimiento popular rindió sus frutos a la dominación del capital. Y fue así que aun existiendo numerosos núcleos y experiencias organizativas que unían la etapa anterior de las luchas con el presente, la “sociedad oficial” podía jactarse de cierta aceptación. Por supuesto, esto fue magnificado por los medios de propalación del sistema. Así como se atribuyó a las bondades del modelo lo que en gran medida era resignación, aceptación pasiva de una realidad impuesta por la fuerza de las armas y de las relaciones económicas.

Ya desde 2006, con más claridad desde 2011, las movilizaciones en contra de aspectos estructurales del neoliberalismo ganaron en masividad. La rebelión pingüina, el movimiento de “No más AFP”, la lucha feminista en torno al “ni una menos”, por el 8 de marzo, por el derecho al aborto, luchas de sectores claves de la nueva economía como el sector portuario, fueron marcando un pulso diferente en la lucha del pueblo chileno. A este proceso, que podríamos pensar de reconstrucción en las nuevas condiciones históricas de fuerza popular, hay que agregar el intenso proceso de lucha y organización de la nación mapuche. El estado chileno, sin distinción sustancial entre sus administraciones de “derechistas” o “de centro”, procedió a la militarización del Walmapu por parte del estado chileno, lxs numerosxs presxs políticxs, la aplicación de todo el entramado de leyes “antiterroristas” con el propósito de habilitar grande megaproyectos extractivista y la apropiación por parte de terratenientes de territorio de las comunidades, todo ello con un reforzamiento de la política colonial y racista de negación de la existencia y preexistencia de los pueblos y comunidades ancestrales. El asesinato de Camilo Catrillanca y el repudio generalizado en el Walmapu y en Chile fue otro de los hitos de este profundo proceso de acumulación.

La chispa que enciende la pradera

Nadie pudo prever que la evasión del metro de Santiago de Chile por parte de les estudiantes secundarixs tras el aumento de 30 pesos se convertiría en el catalizador de los diversos procesos de resistencia y de lucha. Más aún, frente a una política general de ataque desde el estado y el empresariado, la medida podía aparecer como menor. Como tantas veces en la historia de la lucha de clases, ese factor que logra aglutinar, el hecho que desencadena un salto en calidad del proceso previo y que abre una nueva situación política, resulta impredecible. Como dijeran muches revolucionarixs, sabemos de las causas y razones son múltiples y profundas, sabemos que todo tiene un límite y que hay un momento en que la opresión pasa a ser intolerable, de ahí se nutre la ciencia de la revolución. Pero está también la contingencia, el azar, que nos obliga a superar la ciencia a través del arte de la revolución.

Efectivamente, a un año de distancia de aquellos sucesos, la situación no es ni volverá a ser el de septiembre de 2019, porque “Chile despertó”. Difícilmente podría pensarse en una formulación más precisa que esa, la del “despertar” para referir ese salto en la conciencia de las amplias masas. Conciencia que no es mero entendimiento o comprensión, sino praxis, cuerpo, política. La masividad, la radicalidad y la perseverancia en la lucha de calles son rasgos característicos de la rebelión chilena. La acción directa y la reivindicación de la autodefensa dejaron de ser consignas de grupos políticos para convertirse en una práctica popular extendida. Por supuesto, la efectividad se nutre de la experiencia de enfrentar la represión en la que varias generaciones tuvieron que formarse.

Podría decirse, que la clase dominante también vio sacudida su ensoñación de que la explotación y la opresión podían mantenerse sin sobresaltos. La imagen de una “invasión alienígena” es elocuente. Había otro mundo, que acallado, oprimido, negado de repente tomaba las calles, las plazas, los monumentos y que a fuerza de piedras, molotovs, fogatas y barricadas hacía arder la normalidad. El costo para el pueblo en lucha fue alto. Asisnadxs, torturadxs, violadxs, mutiladxs, presxs…  pero la lucha no cesó a pesar de ello.

En el fragor de una nueva normalidad colectiva, de lucha, de nuevas / viejas prácticas de compañerismo, el heterogéneo movimiento popular fue delineando su programa, sus consignas. El reclamo por la renuncia del CEO – presidente Sebastián Piñera se multiplicó. Sin embargo, como pasaba casi en simultáneo en Ecuador y como ocurriría casi un año después en la Bolivia sometida a dictadura, el sistema y el imperialismo sostuvieron al presidente, como lo hicieron con Lenin Moreno y con Añez. No hubo fusible. Más allá de las características de la institucionalidad pinochetista (ausencia de ley de acefalía, inexistencia de vicepresidencia, etc.), debemos leer aquí un aprendizaje del enemigo.

Sin embargo, eso mismo puede haber servido de acicate para que el cuestionamiento trascendiera a la figura inmediatamente responsable en el ejercicio del poder y avanzara hacia las raíces históricas y sociales de los problemas del pueblo.

La centroizquierda, esa oposición oficial del régimen político, incluso en sus vertientes “renovadas” y “juveniles” (como el Frente Amplio) vio desmoronarse su sustentación. Definida a jugar dentro de esa institucionalidad excluyente y podrida, la centroizquierda quedó por detrás de la movilización de masas. Cuando tuvo reacción, fue en el sentido de firmar a espaldas del pueblo el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” junto a los partidos del régimen como la Democracia Cristiana, Renovación Nacional, la UDI, el Partido Radical y el Partido Socialista de Lagos y Bachelet. En un momento de pico en las movilizaciones y un presidente contra las cuerdas con un 6% de aprobación por parte de la opinión pública.

Un largo laberinto institucional… y la respiración de la calle

Es claro que la decisión de cómo encarar el proceso constituyente por parte de los partidos del régimen (los partidos del orden, tanto como la “oposición oficial”) da cuenta de una fuerte apuesta del poder a que el movimiento popular se desgaste, se desvíe, se agote en este laberinto lleno de caminos cerrados y puertas ciegas. La dilación en el tiempo y el establecimiento de un sinnúmero de instancias no pueden entenderse fuera de ese propósito: plebiscito, elección de constituyentes, funcionamiento de la constituyente, aprobación con 2/3, plebiscito de aprobación o de desaprobación de la nueva constitución, promulgación o no. Todo el proceso terminaría con suerte hacia 2022.

Sin embargo, la nueva situación fue creada por la movilización. Décadas de una democracia limitada se reflejaron en que el nivel de participación en el plebiscito no superó, como se creyó en las primeras horas, los niveles de participación previos. Hay sectores que siendo parte de la movilización rechazaron el proceso constituyente. Pero más allá de las intenciones claras del poder, una parte muy importante del pueblo comprendió que había que participar sin delegar, que había que votar redoblando la lucha y la organización. Humildemente, ésa entendemos que es la táctica que mejor expresa los desafíos y la potencia de la situación abierta.

La Plaza de la Dignidad llena es el símbolo de que el pueblo no está dispuesto a regalarles a los cuestionados partidos políticos lo obtenido a costa de tanto sacrificio. La posibilidad de transformar por la vía de la lucha y de la organización el proceso que se busca encorsetar en la institucionalidad es una posibilidad real. Los avances en espacios de unidad como los comandos y coordinadoras de pobladores, feministas, de territorios – quizás incipientes aún o quizás insuficientes para las necesidades de la hora- marcan una senda de cómo traducir la unidad en las calles en una unidad programática y política.

Por supuesto, unidad en la diversidad. Por tanto, la habilidad de establecer puntos claros de acuerdo, de construir plataformas de lucha unificadores es indispensable para enfrentar lo que sigue. Como en otros procesos históricos, la lucha por la libertad de los presos y presas políticas podría ser el punto uno de una plataforma unitaria que recuperara esa enorme experiencia del movimiento revolucionario chileno en la elaboración de programas, pliegos y plataformas de lucha.

Es desde allí que se podrá ir forzando y desbordando los diques que el régimen quiere imponer al proceso. La posibilidad de elección de independientes como candidatos a convencionales constituyentes puede leerse en ese sentido. La paridad de género también. O la garantía de representación de pueblos originarios. La derecha tanto como el progresismo que busca ante todo la “gobernanza” son conscientes de esa situación y por eso están llamando a unificar candidaturas y a “administrar expectativas” para evitar que el movimiento popular sobrepase los límites de lo permitido.

El fascismo

El escenario de posibilidades abierto por la nueva situación en Chile incluye el desarrollo de formas más abiertamente autoritarias de ejercicio del poder e incluso de diversas formas de fascismo. Es importante reconocer esta realidad presente en diversos grados en toda América Latina y que suele dar un salto cuando el régimen de poder se siente amenazado por la fuerza del movimiento popular. Sin duda, el laboratorio contrainsurgente que el establishment colombiano y los yanquis vienen desarrollando en Colombia desde los años ochenta del siglo XX es el ejemplo paradigmático. Pero el hecho de que no revista esas formas extremas no debería llevar al movimiento popular y en especial a sus sectores revolucionarios a no enfrentar el desafío que supone su despliegue.

En este punto, entendemos que por su larga historia de colonialismo racista, el estado chileno viene realizando avances en ese sentido en la represión al Walmapu. La presencia de grupos de terratenientes “civiles” armados desalojando con violencia a las comunidades mapuches que habían tomado las municipalidades de Victoria y Curacautín a inicios de agosto es una muestra de esto. Por supuesto, lejos de ser neutral, el estado apoyó al dejar hacer a esos grupos mediante la prescindencia de carabineros.

La masividad, la radicalidad y los mayores niveles de unidad en las calles y a nivel organizativo son fundamentales como parte de la autodefensa del proceso. Pero hay que considerer que si se logra el propósito de desbordar la institucionalidad la feroz represión estatal de carabineros podría verse potenciada por la acción de grupos fascistas vinculados de hecho pero no reconocidos por el estado.

El despertar chileno enseña

El proceso abierto por la rebelión en Chile nos está enseñando muchas cosas. En primer lugar, que lo esencial es invisible a los ojos de quienes miran la realidad desde los fenómenos superestrucutrales. Para quienes sólo miran a las expresiones políticas, a los representantes inmediatos del poder, es decir, quienes analizan la sociedad “desde arriba” la rebelión chilena fue un rayo en el medio de un cielo sereno.

Desde otro punto de partida, sabemos que la acumulación de bronca, de indignación, de experiencias de lucha, existe y que en determinados momentos se produce el salto en calidad. Ese es otro aprendizaje que sin ser nuevo (ríos de tinta de pensamiento revolucionario hay sobre la cuestión) es necesario enfatizar: no se sabe cuál será el catalizador, no se puede anticipar cuál será la gota que derramará el vaso. Pero sí se sabe que siempre hay un límite en el que el levantamiento, la desobediencia, la disposición a salir a la calle se impone.

Tercero. La unidad en la lucha, esa hermandad que se construye con el cuerpo y en acciones concretas y cotidianas como ayudar a unx hermanx herido, compartir agua o una fogata, posibilita avanzar en niveles de unidad en cuanto a objetivos y metas.

En cuarto lugar, en un escenario abierto, las posibilidades para una radicalización se tornan reales y urgentes. No sólo para conquistar lo que el pueblo requiere, sino para bloquear salidas de corte fascistas que nunca hay que dar por descartadas.

Finalmente, desde nuestra visión, siguiendo a Lenin, Chile ratifica que no hay razón para negarse al uso de ninguna forma de lucha, incluyendo la institucional; pero sin perder nunca de vista que siempre un hecho de masas es más importante que un hecho institucional.

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