Imagen extraída de diario La Vanguardia

El 3 de noviembre finaliza un proceso electoral en el cual se define el próximo presidente de los Estados Unidos.

De un lado, Joe Biden, por el partido demócrata. Fue senador durante 40 años y más tarde, vicepresidente de Barak Obama. Apoyó todas las campañas militares de Afganistán, Irak y Libia. Es un representante clásico del liberalismo yankee. Por el otro, Donald Trump, que asumió prometiendo «hacer América grande otra vez» y finaliza su mandato con una crisis económica enorme y con tensiones sociales y políticas cada vez más agudas.

En los hechos, la elección es un terreno más de la disputa que también se expresa en las calles. La participación es récord. Más de 70 millones de votos emitidos, mayoritariamente por correo. Entre la población joven, el aumento de la participación frente a 2016, alcanza el 342%. Se trata de un dato político importante: una parte muy importante de la sociedad estadounidense se ha volcado a los comicios para intentar buscar una salida a la crisis que vive el país. Las encuestas -que no siempre son de fiar- arrojan que Biden tiene el 51% de la intención de voto y Trump el 43%. Entre lxs jóvenes, la diferencia entre ambos candidatos crece hasta el 25%.

Las aristas de la crisis

Un primer aspecto son las enormes movilizaciones contra la represión racista. Desde el asesinato del afroamericano George Floyd en manos de la policía el pasado 25 de mayo en el estado de Minesota, hubo una explosión de lucha callejera que ha recorrido todo el país y que no cesa. Algo novedoso del escenario es la radicalización en los métodos. A la movilización se ha sumado el enfrentamiento directo con la policía y los saqueos. Estos últimos, condenados por igual por Trump y Biden.

Mientras que esto ha erosionado fuertemente la figura -históricamente racista- de Donald Trump y ha puesto en agenda las desigualdades raciales estructurales del país, al mismo tiempo han consolidado un sector supremacista, alentado por el propio presidente que conduce a una polarización y radicalización de posiciones políticas en el último tiempo.

La radicalización supremacista es alentada por el gobierno. Basta un ejemplo: en el Centro de Detención de Personas Migrantes en Atlanta, un alto porcentaje de mujeres en situación de ilegalidad han sido sometidas a histerectomías, es decir, extracción del útero. Los testimonios son que han inventado causas médicas para obligarlas. En resumidas palabras: esterilización forzada.

En segundo, una crisis económica que arroja a millones a la desocupación y la miseria. Solamente desde el inicio de pandemia, hay 20 millones de nuevos desocupados. La mayor parte son latinos y latinas y afroamericanxs.

Trump llegó al poder en 2016 prometiendo un crecimiento de la industria, mediante una “repatriación” de capitales y, consecuentemente, un aumento de la ocupación. Sin embargo, la crisis internacional irresuelta desde 2008 y el agravamiento acelerado de la economía producto de los confinamientos masivos, implicó un masivo cierre de empresas y la destrucción de millones de puestos de trabajo.

En tercer lugar, la crisis sanitaria. La política criminal de Trump para enfrentar el coronavirus ha dado un saldo de casi 9 millones de infectadxs y 228.000 muertes. Encabeza todas las cifras del desastre a nivel mundial.

Confiar en la movilización del pueblo

Con estas coordenadas se comprende que el panorama electoral sea extremadamente tenso. Trump agita el fantasma del fraude a raíz de que los Estados demócratas impulsan el voto por correo. El presidente ha llamado a defender los votos, por lo cual, hay fuerzas de izquierda que denuncian la posibilidad de patotas y de grupos de choque el día de las elecciones. No es descabellado: en septiembre de 2020 se han vendido 3,9 millones de armas en el país por los pronósticos de enfrentamientos callejeros. Además, se prepara en todo el territorio nacional un despliegue policial sin precedentes.

Lo que está claro es que más allá del posible recambio de signo político en el ejecutivo, las causas económicas, sociales y étnicas que explican la crisis de los Estados Unidos seguirán vigentes.

Por otro lado, para los países de Nuestra América no es de esperar que un posible recambio en la administración de los Estados Unidos signifique cambios significativos. Las diferencias políticas más notorias entre ambos candidatos tienen que ver con política interior: son los matices entre un liberal y un conservador cada vez más reaccionario. Para quienes, en el tablero imperial, ocupamos el patio trasero, hay políticas que no se modifican porque los intereses económicos y geopolíticos son los mismos gobierne quien gobierne.

Desde Venceremos – Partido de Trabajadorxs creemos que la movilización del pueblo pobre, de les latinos y afroamericanxs, de las mujeres y disidencias marca el camino. El avance de su lucha pone mejores condiciones para los procesos en curso en América Latina. La pelea de les oprimides es una sola en todos los países del mundo.

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