Los aires de rebelión siguen soplando y van construyendo y uniendo la identidad de lucha de ayer con la de hoy: la dignidad piquetera. Mujeres y disidencias fuimos parando las primeras ollas, cortes y asambleas en los largos años de ese camino. Entre corte, guiso y resistencia fuimos forjando nuestro feminismo piquetero y revolucionario.  A 18 años del 26 de junio de 2002, y a casi 30 años de las primeras puebladas y piquetes, seguimos caminando ese camino rojo, verde y violeta por un mundo realmente justo, sin hambre, opresión ni explotación, un mundo feminista. 

Largo es el recorrido que nos lleva hacia los ´90 y 2000. El endeudamiento externo, las privatizaciones y la política entreguista que desde los ´70 impulsó la dictadura cívico-eclesiástico-militar encarnada por Videla y sus secuaces, sentó las bases del crudo neoliberalismo de los ´’90. Los dos mandatos presidenciales de Carlos Ménem y su gabinete, con figuritas como Domingo Cavallo, profundizaron la recesión económica, la privatización masiva de empresas e industrias, la devaluación de la moneda y la apertura indiscriminada de las importaciones. Todo esto condujo a una de las mayores crisis de la historia de nuestro país. Los despidos y cierres de fábricas, dejaron a miles de trabajadores sin empleo y arrojaron a pueblos enteros a la miseria. La tercerización y la flexibilización llevaron los ya magros salarios aún más abajo. En nuestras mesas comenzó a faltar la comida y les pibis no tenían ropa para ir a la escuela; la historia nos mostraba, una vez más, que el progreso del que tantos nos hablaban, solo favorecía los bolsillos de unes poques a costa de precarizar aún más nuestras condiciones de vida. El pueblo no tardó en hacerse escuchar. Plaza Huincul, Cutral-Có, Tartagal y General Mosconi fueron los primeros pueblos que se alzaron enteros para decir basta, para ponerle freno a la desidia estatal en los ‘90. La respuesta fue la salida a la ruta, cortar el paso de los transportes de las petroleras, de las grandes industrias que ahora estaban en otras manos y hambreaban al pueblo.

Llegaron los primeros años del 2000 y el gobierno de Fernando De La Rúa no hizo más que profundizar y empeorar la crisis económica, social y política que Ménem y los milicos habían empezado. Corralito, fuga de capitales y un Estado cada vez más endeudado: la institucionalidad burguesa comenzó a tambalear.  En el sur, el oeste y todo el conurbano bonaerense, el más golpeado por la situación económica, las barriadas comenzaron a arder: los gobernadores y sus alfiles se llevaban todo y para les laburantes no quedaba nada, la única respuesta era salir a hacer ruido, a cortar rutas, puentes, o los accesos, para que se viera lo que pasaba, para que alguien se hiciera responsable. Se denuncia la responsabilidad del Estado en negar los derechos básicos de salud, alimento y educación, del empresariado multinacional que se fuga toda la riqueza. Todo esto implementado con gases, balas de goma y plomo bajo la orden política de los Gobiernos y sus fuerzas represivas del estado. Así fue como gritamos, y lo seguimos haciendo, Teresa Rodríguez , Anibal Verón, Petete Almirón, el Pocho, Darío y Maxi Presentes!!!

 

¡Piqueteres, carajo!

Esos primeros cortes, piquetes y ollas, como hoy, tenían mayoritariamente cara de mujer, de lesbiana, trans, trava, bisexual. Los varones recientemente desempleados no sabían cómo manejar la situación de no poder cumplir con su rol de proveedores que la sociedad patriarcal imponía. Mientras tanto nosotres salimos a buscar la forma de darle de comer a les pibis: había que armar olla popular, copa de leche, juntar lo poco que cada une tenía para llenar la panza de les niñes. El rol supuestamente pasivo y privado de la crianza y del cuidado impuesto irrumpe en la escena pública, nuestra cuerpa se pone en movimiento, se politiza y politiza al movimiento. Frente a la arremetida del Estado y la represión se coordinaron las ollas populares y las cooperativas de trabajo, mientras la crianza de les niñes volvía a ser una tarea colectiva al calor de la quema de gomas en cada jornada. Los cortes las agrupaciones, los primeros MTDs y la organización de las barriadas nos fueron encontrando con otres compañeres, creando espacio de charla, de debate de cuestionamiento, de politización. Allí comenzó a gestarse, aunque tal vez con otro nombre, nuestro feminismo piquetero y revolucionario.

Lo primero que tejimos fueron redes para cuidarnos, esas redes que todavía hoy nos siguen sosteniendo. Eran muchos los maridos que no querían que sus mujeres fuéramos al piquete; eran muchas las que iban a escondidas o las que se plantaban porque de alguna forma había que llevar el pan a casa, porque la lucha ya era propia. Y eso muchas veces podía tener como consecuencia la violencia Esas redes de autocuidado fueron convirtiéndose en preguntas, fuimos dándole voz y abriendo pensamientos y dudas que antes nos hacíamos por lo bajo o en soledad. Fuimos generando reuniones, al principio muy chiquitas, que fueron creciendo a la par de nuestra lucha. Mientras el fuego ardía y se sostenían los cortes las compañeras, les compañeres, comenzamos a juntarnos, a hablar, a cuestionarnos nuestro rol en los movimientos, las violencias vividas en casa y en la calle. Tomar la palabra y colectivizarla fue otro de nuestros muchos hechos revolucionarios.

Abrazar el feminismo no fue fácil. El contexto era otro y el feminismo aún parecía seguir encerrado en el academicismo, en las universidades. Fue en el intercambio de las compañeras de los movimientos sociales con compañeras que venían de otras militancias que se fue construyendo un feminismo diferente, sacándolo de la academia y llevándolo al barrio, metiéndolo en la olla, vistiéndolo con palo y capucha. Se empezaron a problematizar las maternidades, el derecho a elegir, el derecho a decidir, el derecho a la participación. Se cuestionó nuestro rol en la política, fundamentalmente, ya que muchas estaban al frente de las ollas pero las decisiones que se tomaban en los distintos movimientos u organizaciones era solo de los varones. Esas primeras juntadas, convocadas con volantes hechos a mano, fueron la semilla de la marea verde, de un feminismo popular piquetero y revolucionario que hoy camina por senderos más anchos. Esas primeras asambleas fueron el germen de las asambleas feministas piqueteras que cada 26 de junio se realizan sobre el Puente Pueyrredón.

Desde esas primeras asambleas, como la del 2003 un 26 en el Puente Pueyrredón, hasta la actualidad, hemos recorrido un extensísimo camino. Nos fuimos pensando, repensando, discutiendo y construyendo. Supimos fortalecer las redes y los espacios feministas no solo hacia adentro sino que lo sacamos para afuera. Nuestras primeras preguntas se convirtieron en reclamos al Estado, en reconocerlo como responsable de las violencias que sufrimos, de las compañeras que perdimos en abortos clandestinos. Supimos encontrar respuestas entre nosotras, construimos casa y trincheras más fuertes pero nunca abandonamos las calles, porque no nos contentamos con migajas ni cotillón. Nuestra identidad se forjó en las calles que pisamos, en las que batallamos contra la miseria y la injusticia. Discutimos planes de lucha y tuvimos largas jornadas donde la cuerpa sentía el cansancio, pero también, sentía el hambre. Nuestra trinchera fue la organización, la lucha, el sabernos compañeres. Mientras les de arriba solo pregonaban la individualidad nosotres construíamos sororidad. Vamos a seguir luchando por un mundo feminista y socialista porque somos ¡Piqueteras, carajo!

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí