Una nueva amenaza se cierne sobre el pueblo palestino: la posibilidad de una anexión de una parte importante del territorio de Cisjordania por parte del Estado de Israel. La operación que habría de realizarse este 1 de julio está momentáneamente demorada, pero es inminente.

La noticia ha generado un importante revuelo internacional. Mientras, el primer ministro israelí, Benjamín Netayahu, coordina la ofensiva con funcionarios del Estado y también, desde luego, con el gobierno estadounidense: «La coordinación con la administración estadounidense no es algo que se pueda obviar», ha señalado Ofir Akunis, Ministro de Cooperación. También ha afirmado que la anexión se llevará a cabo este mes.

La situación de este territorio de 5.800 km2 al este del Estado de Israel es grave. Allí habitan casi tres millones de palestinos y 400.000 colonos israelíes. Los primeros están bajo la administración de la Autoridad Nacional Palestina, mientras que los colonos, ubicados en 140 asentamientos, se rigen por las leyes israelíes.

El plan de de Netanyahu tiene un objetivo: la anexión de las zonas donde ya están ubicados los colonos que, precisamente con esta intención, fueron ubicados allí: para fundamentar la legitimidad de la apropiación de esas tierras. El plan propone la incorporación de un 30 % de máxima. De producirse esto último, conduciría a una escala de violencia en toda la región. Manteniéndose esta proyección, en el mediano y largo plazo, se avanzaría en el objetivo histórico de Israel de reducir a nada el territorio palestino. En manos de este pueblo también se encuentra la ínfima zona de la Franja de Gaza, un ghetto a cielo abierto donde casi dos millones de personas que subsisten en un espacio apenas mayor que la Ciudad de Buenos Aires y sometido a constantes masacres perpetradas por Israel. Por otro lado, será importante seguir el movimiento de oposición israelí al gobierno de Netanyahu, que se manifestó hace pocas semanas con movilizaciones callejeras, y que, según una encuesta publicada por la Agencia AJN, alrededor del 50 % se opone a la anexión.

El rol de las Naciones Unidas es lamentable. La mayoría de los países del mundo defienden verbalmente la causa palestina y condenan el plan de anexión de sus territorios, pero no sirve de nada. Queda en evidencia que, frente a una institución que no puede ofrecer más que medidas simbólicas, lo que cuenta es el poder real: Israel cuenta con el apoyo de la -hasta ahora- primera potencia mundial, los Estados Unidos. Es su aliado y, a cambio, haces las veces de gendarme del imperialismo en el Medio Oriente.

Esta política, aunque histórica desde la Guerra de los Siete Días, en 1967, se ha visto fuertemente reforzada durante la gestión de Donald Trump, quien -recordemos- reconoció la ciudad de Jerusalén como capital del Estado israelí en diciembre de 2017. Tal decisión, única de parte de una gran potencia, sólo fue acompañada por Guatemala, y es un apoyo significativo a las pretensiones israelíes. Al menos es así desde la anexión israelí de la parte oriental de la urbe en 1980. Por su parte, los palestinos reclaman esta zona (Jerusalén Este) como capital de su Estado independiente y han dado mucha importancia al futuro de la misma en las negociaciones de paz de las últimas décadas.

En qué medida el imperialismo no reconoce religiones, culturas ni medios, sino solo objetivos económicos, lo demuestran sus alianzas en Oriente. Mientras apoya al sionismo furibundo de Israel contra los pueblos árabes vecinos; al mismo tiempo tiene como aliado fundamental a Arabia Saudita, una monarquía árabe cuyos vínculos con el integralismo islámico más infame de la región son vastamente reconocidos. No importa a quién ni cómo: importa garantizar zonas de influencia, vías de comercio, acceso a recursos y desequilibrar la balanza en su favor en la disputa contra sus enemigos globales.

Lxs revolucionarixs del mundo tenemos la tarea de denunciar al sionismo. Todos los pueblos del orbe tienen el derecho inalienable a la autodeterminación y a una vida digna de ser vivida, en sus tierras y en paz. Israel es la antítesis de esto. Los fundamentos religiosos, orientados hacia la segregación y aniquilación de las etnias árabes, y los intereses geopolíticos que comparte con el imperialismo son un peligro para los millones de seres humanos que desde hace décadas viven a diario temiendo que lluevan bombas sus viviendas, que sus niñxs sean encarceladxs, sus tierras robadas, sus familias borradas de la faz de la tierra.

El sionismo israelí es una forma particularmente lamentable de fascismo que encarnó en un sector significativo de los judíos, un pueblo sometido al exilio, obligado a la conversión y ocultamiento de sus creencias, a pogroms y, en el extremo de la cadena de infamias, recluidos en los Lager del nacionasocialismo y exterminados. Solo la memoria histórica de esas atrocidades debería bastar para avivar la necesidad de un Estado laico para los territorios de Medio Oriente y la convivencia pacífica de etnias que desde hace siglos conviven y comparten símbolos, cultura, lugares sagrados, historia.

La paz de los pueblos solo es posible en el combate a fondo y en todos los planos contra los opresores del mundo y sus proyectos, sea cual sea su ropaje: enfrentan trabajadorxs, etnias, culturas para defender sus privilegios.

¡Viva Palestina libre!

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