Ante el establecimiento de la cuarentena obligatoria, las autoridades educativas del país y de cada una de las 24 jurisdicciones que lo componen han apelado a la «virtualización» de la educación como supuesta forma de garantizar la continuidad pedagógica. Análisis y reflexiones sobre la cuestión.

 

En el contexto del auge del «teletrabajo», más precisamente de la súper- explotación mediada por el uso de aplicaciones de celular, la educación es un campo de acumulación capital especialmente codiciado.

En primer lugar, partiendo de que nuestro trabajo como docentes cumple una función ideológica central, la virtualización abre una posibilidad de aumentar el control y estandarización educativa como nunca antes.

Junto a ello (y como condición de posibilidad objetiva) la revolución científico técnica permite por primera vez la subordinación real del trabajo de les trabajadores de la educación por parte del capital. Ese proceso, propio de este modo de producción, replica bajo nuevas condiciones la subordinación (subsunción en términos de El Capital de Marx) del trabajo en el capital que dio forma a la gran industria desde la Revolución Industrial.

 

Revolución científico-técnica y educación

La posibilidad de subordinar la educación a un control ideológico férreo (aunque se presente como democrático) y el campo de jugosas ganancias para la acumulación capitalista son dos caras de una misma moneda.

Grandes empresas e instituciones imperialistas como la OCDE, vienen desarrollando desde hace tiempo plataformas y recursos. Además vienen generando las condiciones políticas e ideológicas para avanzar en esa transformación. Mencionemos sólo algunas: las evaluaciones estandarizadas, los ránkings y la multiplicación mediática de resultados «alarmantes»; el cúmulo de investigaciones que muestran la crisis educativa como el producto de docentes mediocres o «desincentivades» omitiendo la relación de dicha crisis con el deterioro económico y social de décadas de miseria planificada; el fetichismo tecnológico (versión devaluada de la ideología del progreso lineal del siglo 19 que exalta el uso de dispositivos como algo superador en sí mismo; el financiamiento de estas líneas de investigación educativas imponiendo agenda.

Visto desde les trabajadores de la educación, el proceso supone un salto en la progresiva alienación que padecemos. No sólo no controlaremos el sentido total del proceso educativo (aquello  que en la producción material es el producto) sino que se reducirá (no desaparecerá) el margen de libertad y de resistencia con que contamos a la hora de planificar, elaborar, proponer, probar y discutir.

En un mismo movimiento, el peso creciente del factor objetivo (plataformas, aplicaciones, clases armadas, actividades, etc) por sobre el factor subjetivo (nuestro trabajo), degradará nuestra calificación como fuerza de trabajo. La noción de «facilitador/a» que se busca imponer en reemplazo de docente, maestrx o profesorx apunta justamente a convertirnos en merxs facilitadores de elaboraciones ajenas. En resumen, el valor de nuestra fuerza de trabajo se verá abatido. Y los procesos que ya venimos padeciendo y que en otros sectores de nuestra clase ya están mucho más avanzados, se van a profundizar: flexibilización, multitarea, polivalencia, teletrabajo.

 

La crisis como oportunidad

Las crisis desorganizan. Como siempre, la desorganización es mayor para lxs de abajo que para quienes dominan.  La cuarentena como forma de enfrentar la propagación del virus desorganiza más aún, al barrer la posibilidad del encuentro colectivo. El aislamiento sanitario tiene efectos en cuanto a enfrentar aisladamente los problemas. Los funcionarios educativos de distintos niveles y jurisdicciones, autoridades universitarias, y hasta comunicadores, salen en este contexto a exaltar las ventajas de la virtualización. “La escuela continúa”, “Se va a garantizar la continuidad pedagógica”, “No tienen que perderse contenidos”, “Pueden estudiar a través de la compu” son algunas de las frases que resuenan con un importante consenso.

A quienes trabajamos como docentes de distintos niveles nos preocupa y ocupa (mucho) lo que ocurre. Defendemos y batallamos porque la escuela, los profesorados, las universidades, no sean islas sino parte activa dentro de la sociedad. No renegamos de la tecnología. De hecho, la usamos y a menudo, menos de lo que quisiéramos por la falta de condiciones para ello (ausencia de máquinas en buen estado, falta de conectividad, etc.). Sin embargo, una solución que seriamente se preocupe por la educación y formación del pueblo no puede provenir de apelaciones a la voluntad de sobreexplotarnos todavía más.

Cualquier trabajadorx de la educación sabe que ese mito de que les docentes trabajamos cuatro horas es eso, un mito. Y uno particularmente insidioso ya que busca mostrarnos como privilegiados dentro de nuestra clase. Nuestra labora, el trabajo concreto que encaramos, demanda una gran cantidad de trabajo no remunerado que se realiza a domicilio. Las horas pagas son sólo las que estamos en la escuela y frente a clase, salvo contadas excepciones. Siempre, horas y horas de planificación, de estudio, de indagación y elaboración y de corrección tienen lugar en nuestras casas, quitándole horas al sueño o cuidado a nuestres hijes en el caso de quienes les tenemos. También incluye en el nivel superior digitalización de materiales, recomendación de bibliografía y materiales audiovisuales, respuesta a preguntas. En todos los casos, a eso hay que sumarle el tiempo y la mente y corazón que ponemos en tratar de encontrar alguna solución o algún paliativo para miles de estudiantes de jardín, de primaria, secundaria, de terciario que viven todas las atrocidades que este sistema nos depara a quienes no vivimos del trabajo ajeno.

Ahora se nos exige que mantengamos nuestra actividad “sólo que” vía digital. Es decir, hacer que la indiferenciación entre jornada de trabajo y el resto del día se profundice. Que no podamos cumplir las tareas de cuidado que asumimos en nuestras casas, en nuestros barrios. Pero no se trata sólo de un justo y necesario reclamo gremial. Se trata de impedir el avance de una perspectiva pedagógica ampliamente superada. La pedagogía crítica, o las pedagogías críticas, han demostrado que el acto de educar es un acto humano. Es un acto que involucra contenidos y conocimientos, pero que éstos son mucho más que información que se transmite y el hecho de que sea un video o un power point y no unx docente,no cambia la concepción de la enseñanza como mera transmisión.La educación es una práctica humana, y por eso mismo, colectiva. Intervienen en ella las mentes e intervienen los cuerpos. Ninguna plataforma puede reemplazar eso. Por supuesto, la virtualización como meta y como proyecto resulta totalmente coherente con una concepción de educación bancaria. ¿Y qué mejor para formar a una clase trabajadora destinada al Uber o al Rappi que imponer un modelo unidireccional que disuelve el grupo y el aula como espacio de vida? No nos negamos al uso de las herramientas digitales, pero nos negamos a que en nombre de ellas se trafique una concepción pragmática, despolitizante e individualista de la educación.

Estamos en una crisis capitalista mundial de una envergadura sin precedentes en las últimas décadas. Todos los días estamos viendo cómo los ricos y poderosos no dudan en poner en riesgo al resto, y evalúan la tajada que podrán sacar de esta tragedia. Las grandes empresas de contenidos educativos preparan su boom. Los organismos internacionales buscarán avanzar sobre la resistencia a sus planes. Los gobiernos acompañarán el planteo.

Todos los día estamos viendo cómo el abandono del capitalismo mata a personas de cientos y miles por coronavirus, y otras tantas por el hambre de quien no tiene acopio posible de alimentos porque vive al día, de quienes viven en condiciones de hacinamiento, de quienes están en situación de encierro y son baleadxs cuando reclaman que se respete su derecho a la salud. Como trabajadores de la educación estaremos una vez más buscando y ensayando soluciones de fondo para el país y para la educación. Por un sistema educativo nacional, público, gratuito, científico, feminista y crítico, y por un país, un continente y un mundo sin hambre ni explotación.

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