Una y otra vez, desde el movimiento de mujeres, lesbianas, bisexuales, trans, travestis y no binaries, denunciamos que el pago de la deuda es una forma de ajuste a nuestras vidas, que no sólo nos arroja a la miseria, sino que también da rienda a un circuito social, político y económico cargado de violencias patriarcales, que son la garantía necesaria para la subsistencia del capitalismo.

 

Cual repetición de la historia, pretenden que nuestro pueblo y nuestra clase pague las cuentas en rojo del banquete al que no hemos sido invitades, proponiendo un plan de pagos de una deuda que no contrajimos, a base de sacrificio, miseria y explotación.

 

Ante la perpetuidad del ajuste, nos urge la organización y para organizarnos debemos entender y sacar del ámbito privado e individual, las consecuencias materiales que sufrimos a diario.

 

De qué hablamos cuando hablamos de deuda:

 

El ajuste no sólo es hablar de salarios bajos, de paritarias ficticias y precios cargados de inflación. El ajuste también es la deuda: ese estigma que nos persigue desde que nacemos, que no sabemos muy bien cómo se generó pero que de todas formas, estamos obligades a pagar (a como dé lugar y porque sí).

 

Desde el discurso oficial (o de todos los gobiernos de turno) la deuda siempre fue una obligación pública, de la cual el Estado “debe” hacerse cargo. ¿Pero por qué la deuda es una obligación pública y estatal, cuando son los empresarios, terratenientes, banqueros y financistas los que se endeudan? ¿Y por qué la deuda es un asunto privado e individual, cuando nos toca a nosotres pedir préstamos o créditos para llegar a fin de mes?

 

Aquí tenemos la primer tarea: sacar del ámbito individual y privado nuestro endeudamiento. Porque no llegar a fin de mes, no es un problema personal, es una política de Estado. El mismo Estado que promueve el endeudamiento como forma de subsistencia. Y en este aspecto es urgente que podamos descifrar lo que significa la deuda y sus consecuencias, con una mirada de clase y de género.

 

No somos territorio de conquista:

 

Con el crecimiento de la precarización laboral (que se asentó en la última década) y con el crecimiento del ajuste económico de los últimos años, los índices de la desigualdad fueron aumentando en diferentes aspectos. No sólo aumentó la desigualdad de clase (los ricos concentraron aún más su riqueza a costa de nuestro trabajo) sino que también se amplió la desigualdad de género: las mujeres ganamos menor salario en comparación a los varones, por el mismo trabajo; la tasa de desocupadas aumentó en comparación a los desocupados (fuimos a las primeras que dejaron sin trabajo) y el endeudamiento comenzó a crecer a título de las jefas de hogar que buscaron recursos a altísimas tasas de interés para cubrir las necesidades básicas como el alimento. Alrededor de 2 millones de mujeres que reciben la asignación universal por hijo, están endeudadas con el ANSES por créditos que otorgó la entidad en 2017 y 2019 para financiar la compra de remedios, alimento y el pago de servicios como electricidad, gas y agua.

 

A su vez, según registros del Banco Central de la República Argentina en 2019 el 48% de las mujeres de nuestro país, solicitó algún tipo de crédito o financiación para cubrir diferentes necesidades vinculadas al hogar. Mientras tanto, las casas de microcréditos y “credifácil” aumentaron sus sucursales en las barriadas, otorgando créditos a altas tasas de interés y sin ninguna exigencia (“no importa si estás en el veraz”, “te llevás plata sólo con tu dni”).

 

Como todo mercado capitalista, el negocio de la deuda se expande, crece, llega a lugares que antes no llegaba y el Estado es su aliado principal: si no llegamos a fin de mes, nos endeudamos y si no pagamos esa deuda, la justicia nos castiga y falla a favor de las financistas y casas de préstamo.

 

Y en este sentido, el rol del Estado es central, no sólo por su alianza con el los dueños de todas las cosas, sino también por convertirse en el garante número 1 del endeudamiento tras la bancarización obligatoria de toda la población que recibe algún tipo de beneficio o subsidio. Esta arquitectura financiera no es una novedad, sino un plan sistemático donde el Estado se desentiende de la alimentación, la salud y la educación y convierte a estos derechos, en una obligación que corre a cuenta de nuestra suerte.

 

En hechos concretos y materiales, se reafirma una y otra vez el carácter capitalista, patriarcal y misógino del Estado y todas las instituciones. Como también se reafirma una y otra vez, que somos nosotras las que obligatoriamente, debemos garantizar la reproducción de la vida y la subsistencia colectiva. Trabajamos por menor salario, en peores condiciones, realizamos tareas domésticas, de crianza y de cuidado de forma impaga y somos la mayoría endeudada.

 

Y aquí se juegan otros aspectos que hacen a todo el circuito de violencia patriarcal y dominación: la deuda nos adoctrina, nos domestica, nos obliga a tomar trabajos aún más precarizados. Trabajamos para pagar la deuda contraída en tiempo pasado y que seguiremos pagando en tiempo futuro. La deuda es la garantía de la explotación a futuro y funciona como herramienta de dominación basada en el miedo (de no poder pagar), de la vergüenza y la culpa.

 

Pero para que el plan sistemático de endeudamiento funcione, hay que dar el ejemplo y desde cada  gobierno de turno el mensaje fue claro: “tomar deuda es normal”, “hay que volver a los mercados” decía Macri, “hay que pagar la deuda, porque fue contraída bajo la democracia”, “somos responsables y vamos a pagar” dice Fernández. Como un mantra se repite una y otra vez que las deudas se pagan, pero nadie cuestiona por qué se contrajo esa deuda, quiénes la contrajeron y para qué se utilizó.

Esta política educativa de obediencia, nos impone la urgencia de consolidar la organización para detener no sólo el ajuste, sino la dominación y el sometimiento.

 

Cuando hablamos de la deuda externa (usurera, odiosa e ilegítima) también debemos hablar de todo el sistema planificado de endeudamiento, del rol del Estado, de los planes de ajuste del FMI y de las consecuencias directas sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas ya doblemente explotadas y oprimidas.

 

El movimiento de mujeres, lesbianas, bisexuales, trans, travestis y no binaries tiene la potencialidad y experiencias de desobediencia ante los mandatos patriarcales y capitalistas, como también la firmeza en las exigencias para nuestra subsistencia.

Nosotras y nosotres no le debemos nada a ningún organismo buitre internacional, por el contrario el Estado mantiene una deuda muy grande con nosotras y nosotres. Exigimos presupuesto para salud y educación, para que se cumpla efectivamente la ley para la prevención, sanción y erradicación de las violencias machistas, exigimos la construcción de espacios de asistencia para víctimas de violencia machista, queremos la efectiva implementación de la ley Brisa, como también presupuesto para la implementación de la Educación Sexual Integral en todas las instituciones educativas del país.

Exigimos condiciones laborales dignas ¡Que el Estado deje de precarizarnos!

 

La deuda es con nosotras, con nosotres, con todo nuestro movimiento, con todo nuestro pueblo.

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