El círculo vicioso que mantiene a América Latina en el doloroso primer puesto de la desigualdad social a nivel mundial, se completa con el endeudamiento externo cíclico para sobrellevar nuestras economías saqueadas y vilipendiadas. La deuda externa compone así el último eslabón de esta cadena circular de dominio y subordinación. No es coincidencia entonces que el incremento en los proyectos de explotación ambiental en Latinoamérica esté vinculado al comportamiento de la deuda externa que presenta la región. Se percibe una tendencia creciente de las actividades extractivas en aquellos países con mayores compromisos financieros con el exterior, pero en sentido inverso, la mayor explotación de recursos naturales no ha significado una reducción de dichos compromisos.

Argentina, un eslabón más en el círculo del atraso y la subordinación

No es entonces ninguna novedad que nuestro país se ajuste a las directrices que los poderosos del mundo nos exigen. Con sus matices, con sus procesos históricos particulares, Argentina se mantiene alineada en este proceso. A la tradicional explotación de la zona núcleo, primero con sus vacas, luego con su trigo y ahora con su monocultivo de soja (que destruye la tierra y contamina los pueblos), se le suman ahora las nuevas «joyas» del extractivismo, «joyas» con las que, una vez más, los gobiernos de turno nos prometen la salvación divina. La Megaminería a cielo abierto fue la primera de esas nuevas promesas, y aunque hasta ahora no hayan generado más que daño ambiental y amenazas permanente sobre nuestros ríos y glaciares, los gobiernos no hacen más que insistir en sus supuestos beneficios, lo que como respuesta genera en los pueblos rabia, organización y lucha.
El segundo maná de riquezas que aparece ante nosotros es Vaca Muerta, con su petróleo convencional y sus combustibles no convencionales, los cuales para ser extraídos necesitan nada más y nada menos que la inyección de cientos de miles de metros cúbicos de agua con químicos para quebrar las rocas del subsuelo y así liberar el gas y el petróleo que se encuentra allí, contaminando en su camino los acuíferos subterráneos y generando temblores periódicos en la superficie. La explotación de Vaca Muerta ha comenzado hace varios años, pero los beneficios para el pueblo trabajador argentino no se han visto aún, pero sí el daño ambiental generado: tierra fértil arrasada por la actividad petrolera cerca de zonas agrícolas, miles de hectáreas productivas perdidas, alteraciones climáticas y casas con paredes resquebrajadas debido a los temblores que produce el fraking.
Finalmente, el litio se transforma de a poco en la última panacea del extractivismo local, el nuevo «oro blanco» con el que luego empresas de alta tecnología fabricarán las baterías de celulares, notebook y de los modernos autos eléctricos; eso sí, lo harán lejos de aquí, lejos de la puna jujeña de donde ese litio es oriundo, y en el camino, al igual que con todo lo anterior, dejarán pasivos ambientales, campesinos y comunidades originarias desplazadas, y el terreno allanado para que los próximos gobiernos soliciten alguna jugosa deuda para componer el desastre ambiental y económico que quedará, para que entonces el ciclo vuelva a empezar, hasta que ya no quede nada por saquear.

Progresistas, conservadores, liberales, neoliberales, todos hermanados en el extractivismo

El plan económico de la última dictadura militar fue regresar a la Argentina, por la fuerza, a un esquema productor donde la exportación de materias primas sea el sostén de la economía. Más tarde, durante el menemismo pejotista dicho modelo se profundizó. Con la soja a la cabeza la Pampa se tiñó de color verde y olor a agrotóxicos (vale la pena recordar cómo en aquella época se hablaba de que el nuevo grano -que realmente no era tan nuevo- supuestamente solucionaría todos los problemas económicos del país y alimentaría al mundo); también por aquellos años, de forma algo más silenciosa, la megaminería comenzaría a despedazar montañas en nuestra cordillera. Como era de esperar, el radicalismo de la Alianza y luego el peronismo duhaldista no modificarían un ápice aquél modelo, y tampoco lo haría el Frente para la Victoria, donde en sus 12 años de gobierno el monocultivo de soja se consolidó y la frontera sojera se expandió incansablemente, en tanto la megaminería creció como nunca: oro, plata y minerales de todo tipo salieron por nuestras fronteras casi sin control mientras los pueblos cordilleranos se quedaban con el agua contaminada. Al gobierno progresista de entonces no le tembló la mano para reprimir protestas cuando hizo falta para garantizarle sus ganancias a los empresarios del sector, y la lista sigue: el veto a la ley de glaciares, la entrega de Vaca Muerta a Chevrón, la aceptación del fracking, la tala indiscriminada, un verdadero concierto extractivista.
Por supuesto, con el macrismo todo fue igual, o peor, no sólo la situación continuó profundizándose, sino que además el PRO y sus aliados les garantizaron ganancias extraordinarias a la empresas que vendían parte de sus productos aquí, como a las petroleras, productores agropecuarios, energéticas, etc.
En sus primeros tres meses de gobierno Alberto Fernández ya demostró que confirmará el rumbo, se ha pronunciado abiertamente a favor de la Megaminería a cielo abierto,(lo que le significó un conflicto de magnitud en Mendoza durante su primer mes de mandato); mencionó sus planes para Vaca muerta y habló maravillas de la explotación de Litio en el norte. En definitiva, puede expresar mil diferencias con Gerardo Morales, gobernador jujeño de Cambiemos, pero en el saqueo de bienes comunes no hay rivalidades.

Capitalismo e imperialismo: un sistema de saqueo y destrucción del medio ambiente

¿Por qué gobiernos de signos que aparentan ser tan distintos en esto no muestran diferencias? La respuesta es compleja, pero simple a la vez: es el capitalismo y su formato imperialista con el que saquea nuestra región. Es ese intrincado y perverso sistema mundial que en su configuración otorga a cada zona del mundo un rol determinado: las actividades económicas más rentables quedan en manos de las potencias, las que generan pasivos ambientales, destrucción del medio ambiente, y empobrecimiento, se dejan para el tercer mundo; si alguien no quiere subordinarse, siempre está el mecanismo de la deuda externa y eterna para presionar, y si aun con eso no es suficiente, queda el recurso militar. Pero no es sólo eso, además el Capitalismo requiere del consumo cada vez más intenso de materias primas, y de una forma de extraerlas que les resulte cada vez más rápida y rentable para satisfacer un consumismo artificial generado por los propios capitalistas, es por eso que dicha extracción se lleva adelante de manera descontrolada, sin cuidados y atentando diariamente contra el medio ambiente. Ese pasivo ambiental alguien debe pagarlo y de momento lo pagamos quienes habitamos la periferia.

Pero llegará un momento en que ya no haya más posibilidad de destruir, el capitalismo es un sistema sin control, voraz en su permanente competencia y deseo de ganancia individual, que está reñido con el concepto más simple de la vida: la sustentabilidad. Es por eso que es un sistema que ha quedado obsoleto, que ya no ofrece respuestas válidas a los problemas de la humanidad, sino que solo ofrece marginación, pobreza y destrucción. La situación abarca muchos fenómenos a la vez, incluye miseria y marginación de enormes masas humanas, incluye deterioro de la vida y precarización, incluye un daño ambiental de proporciones globales que cada vez se acerca más a un punto de no retorno, por lo tanto su solución también debe ser integral y debe modificar de raíz este sistema de muerte. Esa solución tiene nombres, se llama socialismo, se llama feminismo, se llama «relación sustentable con el entorno», con la naturaleza de la cual formamos parte, y quienes tenemos esa solución en nuestras manos somos los pueblos del mundo, todxs quienes empujamos en la dirección contraria, todxs quienes estamos dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias para que el futuro sea de mancipación y de vida digna.

 

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