El jueves 2 de mayo, consultada por la situación que atraviesa su país natal, Venezuela, la actriz Catherine Fulop sorprendió con una serie de repudiables comentarios sobre las víctimas judías del holocausto. Estos dichos rápidamente rebotaron en todos las redes sociales y los medios comunicación, generando una enorme ola de indignación y una denuncia judicial contra la actriz por “promoción de actos discriminatorios”. Sin embargo, más allá del repudio, vale la pena hacerse algunas preguntas: ¿por qué recurrió a esa “metáfora” para describir una situación social que, sin mediar un gran análisis, ya advierte que es completamente distinta a la de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué hay tan nocivo en dicha referencia y por qué, sin embargo, la oímos tan a menudo? ¿Dónde se encuentra la raíz siniestra de recurrir al nazismo como referencia para denostar cualquier tipo de opinión contraria a la nuestra? En este artículo intentaremos brevemente dar algunas respuestas sobre éstos temas.

Los hechos

Como parte de la tendenciosa cobertura mediática que recibió el intento de Golpe de Estado en Venezuela del autoproclamado presidente, Juan Guaidó, en el ciclo radial Cada Mañana, que conduce el periodista Marcelo Longobardi por Radio Mitre, realizaron una entrevista telefónica con la actriz Catherine Fulop. El objetivo de dicha nota era que la ex fitness coach televisiva, una ferviente antichavista desde los primeros años de gobierno del fallecido comandante Hugo Chávez Frías, despotricara sin miramientos contra Nicolás Maduro y, de ser posible, que le pegara por tiro de elevación al kirchnerismo. Sin embargo, al ser consultada por los motivos que hacían que enormes masas de población estuvieran marchando, en ese mismo momento, en Caracas en defensa del gobierno chavista, Fulop sorprendió a sus entrevistadores con una respuesta espeluznante:
«¿Por qué crees que Hitler sobrevivió, porque solito lo hizo todo? No, porque dentro de los judíos eran los peores, los más torturadores dentro de los campos de concentración. Los sapos eran los propios judíos que torturaban a su propia gente. Esto mismo está pasando en Venezuela».
Inmediatamente, el audio comenzó a reproducirse por las redes sociales y la reacción de repudio fue tan grande que en menos de una hora la actriz tuvo que pedir disculpas por Twitter. Sin embargo, el daño ya estaba hecho y no fueron pocas las organizaciones y personalidades de la comunidad judía argentina que salieron a marcar que ese no había simplemente un equívoco, sino que era una claro acto de odio.

La Ley de Godwin

Ahora bien, si nos desprendemos un momento de la cita textual, de la interlocutora y del contexto de enunciación, la frase de Fulop puede darnos pistas de un proceso mucho más amplio.
A principios de los 90, Mike Godwin de la Electronic Frontier Fundation (ONG norteamericana que dió origen a la Wikipedia), fraguó un enunciado sobre debates en foros de internet y analogías nazis, que pasó a conocerse como Ley Godwin y a usarse para describir discusiones en redes sociales y debates públicos. Dicha ley sostiene que, a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno. Esto es que, conforme una discusión se desprende del objeto de controversia aumenta la probabilidad de que uno de los participantes use la metáfora del nazismo para descalificar a su contrincante, despegándose por completo de las formas argumentativas, la coherencia y hasta la racionalidad.
Llevando este argumento al caso de la actriz que estamos analizando, podemos ver cómo opera ésta ley en el contexto de las discusiones en torno a Venezuela.
¿Qué aporte tenía para hacer Catherine Fulop, que hace más de 20 años que vive en Argentina y que no se dedica a la historia, la política, la sociología ni la economía, sobre Venezuela? ¿Qué análisis se le podía pedir sobre los actores sociales que dan carnadura hoy al movimiento chavista? Ninguno. Por eso ninguno de los entrevistadores reaccionó ante sus dichos. Como en la derecha continental y el liberalismo bobo no existe otra explicación para el chavismo que “son corruptos” o “son una dictadura”, cuando los hechos de la realidad se demuestran un poquito más complejos, las narrativas argumentales se agotan.
Minutos antes de la nefasta comparación del chavismo con el régimen nazi, Fulop había sostenido que las marchas por Maduro eran todas de trabajadores del Estado “secuestrados”, de militantes pagados, de delincuentes corruptos con miedo a la cárcel. Pero nada de eso fue repreguntado. Nada. Y cuando el objetivo no es explicar, entender, dialogar con la realidad, sino dar rienda suelta al odio, a la descalificación de cualquier otro tipo de lógica que no sea la propia, no es raro que la argumentación desaparezca y dé lugar a comparaciones delirantes y ataques ad hominem. Es en éste punto exacto donde aparece la comparación con los nazis, cuando la discusión caduca y se deja flotando esa referencia como un significante vacío. Pero la Ley de Godwin tiene una segunda acepción y esa es la que considero más peligrosa.

Para nombrar lo innombrable

Cuando se usa la metáfora de Hitler o los nazis para atacar al adversario retórico lo que se está haciendo, esencialmente, es banalizar el holocausto. Es, en los hechos, quitarle el contenido histórico, vaciarlo de política y negar la dimensión más terrible de la guerra.
En occidente estamos atravesados por una permanente banalización del conflicto bélico, de una deshumanización y caricaturización de la forma más brutal que tiene la política: la guerra. Particularmente, la campaña de adoctrinamiento del cine norteamericano ha jugado un rol esencial en éste sentido. Invisibilizando el rol soviético en favor de narrativas de héroes individuales, patrióticos (en el sentido yankee) y masculinos, que termina por desconocer que la Unión Soviética, para revertir el resultado de la guerra, debió aportar el 50% de los muertos TOTALES del conflicto. Esto es, nos acostumbremos a ver horror del nazismo a través de los músculos de Stallone, perdiendo la subjetividad humanista que hace entender el proceso desde el lugar de los oprimidos, de las víctimas, de los sobrevivientes.
Cuando Martín Kohan comenzó su discusión con el inefable Darío Lopérfido para defender la cifra de los 30.000 compañeros y compañeras detenidos desaparecidos, marcó que el problema de discutir las cifras es reducir el terrorismo de Estado a un conteo de muertos, de cadáveres. Cuando alguien, maliciosamente, discute si en “realidad” fueron 8 mil, 10 mil o 15 mil nuestrxs compañerxs víctimas de la dictadura, lo que está haciendo es quitarle el peso político que tiene hablar de “30 mil desaparecidos”. La importancia de ese número y ese término radica en que son un combate contra los pactos del silencio, contra la clandestinidad de la represión, contra el olvido y por la vigencia de esa lucha.
En ese sentido, los crímenes del nazismo no son simplemente números descomunales de muerte, no son actos de matanzas irracionales, ahistóricas o excepcionales. Son el producto de una razón ideológica que está reemergiendo y que no debe ser tomada a la ligera.
El 25 de marzo del 2018, Mireille Knoll, una sobreviviente del nazismo de 85 años, fue asesinada y quemada en su casa en París (Francia). Y el 27 de octubre del mismo año, en Pittsburgh (EEUU), un tirador entró a una sinagoga y masacró a 11 personas.
Cuando el atacante de Pittsburgh fue detenido, se encontró que en sus redes sociales denunciaba frecuentemente que las “ONGs Judías” financiaban a las organizaciones que pelean por la despenalización del aborto y que una de ellas sería la de George Soros, quién dos días antes recibió un paquete bomba en su casa, enviado por otro fanático antisemita. En Argentina, consignas similares, que vinculan a la lucha feminista con el judaísmo, se han visto en numerosas marchas “Pro-Vida”. Y no hay que olvidar que el mes pasado un rabino fue atacado en el templo judío Mikdash Yosef, ubicado en Palermo (Buenos Aires), por una pareja que, por suerte, sólo alcanzó a provocarle heridas leves. Pero ya son casi 2000 las agresiones antisemitas en el último año.
“Shoá” es la palabra con la que la comunidad judía nombra al holocausto. Proviene del hebreo y se traduce como ‘catástrofe”. Forma parte del frase “Yom ha-Sho’ah” que sirve para para recordar a las víctimas, para distinguir lo que sucedió en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial de cualquier otro genocidio, para ponerle nombre a lo inenarrable y advertir al futuro, para que no vuelva a suceder.

A modo de síntesis

En definitiva, podemos repudiar las palabras de Catherine Fulop tomándolas como la respuesta idiota de la derecha al papelón “progresplaining”, que sirvió de excusa para el discurso “vos no le podes decir a un venezolano lo que pasa en su país” (Como si el simple hecho de nacer en tal o cual lado facultara o negara la posibilidad emitir opiniones políticas sobre realidades complejas). O podríamos, como hemos intentado en este texto, situar esas declaraciones en un contexto de enunciación más amplio. Enmarcarlas en un discurso de odio que, cada vez más, se hace presente en las derechas fascistas que crecen en Europa, EEUU y América Latina.
Es necesario combatir ese tipo de mensajes de odio, no porque su enunciador/a sea más o menos ignorante. Sino porque en él subyace un sentido común que nos devuelve al caldo de cultivo que dió orígen a uno de los periodos más atroces de la humanidad.

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