Una casa, una familia, la militancia, la lucha, la palabra, las ideas, la fuerza, la vida misma, concentradas en un hecho, la recuperación de la casa en la que funcionó una de las imprentas clandestinas más grandes que tuvo el PRT – ERP. Una pequeña – gran victoria para la memoria del pueblo y para las resistencias actuales.

El 15 de marzo se produjo en el barrio Observatorio de la Ciudad de Córdoba un hecho histórico. Luego de más de cuatro décadas de hacer arder la memoria para iluminar las luchas presentes, y después de una década y media de batalla judicial, los hijos de Victoria Abdonur y Héctor Eliseo Martínez, pudieron recuperar la casa de Fructuoso Rivera 1035, apropiada por la misma dictadura cívico militar que desapareció a sus padres, quienes son parte de nuestrxs 30.000.

El colorido de las baldosas, el lugar de los juegos y… el lugar donde funcionó una de las imprentas clandestinas del PRT – ERP. Como siempre pasa cuando la lucha es parte de la vida, los recuerdos familiares y los recuerdos militantes se entrelazan. Junto al “Negro” (ex obrero de la FIAT de Ferreyra) y a la “Gorda” estaban Miguel Barberis y Matilde Sánchez, también militantes del PRT devenidos en operarios gráficos en esa obra maestra de ingeniería que fue (y es) la imprenta construida a 10 metros bajo tierra. Entonces ocurre que la familia no es el reducto de lo privado, ni el producto de la arbitrariedad genética, aparecen tíos y tías que muestran esa unidad -consciente, amplia y plenamente humana- que es el proyecto de revolución.

Enemigo de clase, defensor de la muerte
El 12 de julio de 1976 un fuerte operativo militar y provincial a cargo del coronel Carlos Alfredo Carpani Costa, allanó la casa de Fructuoso Rivera. No encontró a nadie, ya que desde Buenos Aires habían informado de una serie de caídas en el sector de Propaganda del Partido y sus habitantes habían logrado salir a tiempo. Ese enemigo, que desde hacía dos décadas se preparaba para llevar adelante un genocidio, tardó diez días en encontrar la imprenta. Poco después del allanamiento y hasta 1979, donde había palabras para fortalecer la libertad y la vida, pasó a haber un centro de tortura. Meses más tarde, desaparecieron a Victoria, a Héctor, a Miguel y a Matilde.

En el año 1979 la casa fue abandonada por el Ejército y el Juez Federal de nombre Miguel Puga, quien tenía a su cargo el Juzgado N°2, decidió disponer de la propiedad y “prestársela” a un empleado de Tribunales, Héctor Varela, emitiendo un Certificado a nombre de Ofelia Cejas, esposa de Varela, como Depositaria Judicial. El 8 de noviembre de 2005, Walter hijo mayor de Victoria y Héctor inició junto a los abogados Carlos “Vasco” Orzaocoa y Pedro el “Negro” Salvadeo el reclamo judicial para recuperar la casa. Poco tiempo después, aparece una supuesta escritura de venta con fecha 1º de abril de 1976. Es decir, de acuerdo al documento fraguado, la casa habría sido vendida tres meses antes de que sus legítimos habitantes tuvieran que salir ante la inminencia del allanamiento militar. Pero además, la supuesta compradora, Juana Ercilia Bianchi de Jaroszwok, había fallecido en agosto de 1973. La escribana Melba Rosa Catoira de Torchio firmaba como “testigo” del acto de venta quien, pese a las denuncias en su contra por sostener hechos falsos ante la justicia, siguió defendiendo la total validez del documento público que supuestamente aseguraba la compraventa del inmueble.

El entramado empresarial, judicial y militar que sostuvo a la dictadura queda al desnudo en este caso, que se suma a tantos otros similares. Asimismo, ilumina el significativo retraso en el proceso de justicia sobre cómplices y coautores del terrorismo de estado. Recién en 2012 se consiguió que Miguel Puga fuera procesado por complicidad con la dictadura cívico militar. La escribana Melba Rosa Catoira de Torchio cobrará pronto una cuantiosa jubilación sin haber pagado nada por su flagrante mentira. Desde 1979 hasta hace dos semanas del corriente 2019, la familia Varela-Cejas vivió en la casa – imprenta. Pero la recuperación de la casa y la imprenta, también muestran la fuerza de las luchas populares por memoria, verdad y justicia.

La verdad está en los cimientos
Derrotando la impunidad, el 15 de marzo diferentes compañerxs, entre ellxs varixs de Venceremos, pudieron bajar a la imprenta construida en el sótano. Venciendo a la derrota, superando el olvido, demoliendo los muros del posibilismo y de la progresía bien pensante de la Teoría de los Dos Demonios, nuestrxs compañerxs de la imprenta, del PRT – ERP y de toda esa generación de revolucionarixs, recuperaron la palabra. Nada menos que en aquel lugar donde en la clandestinidad más completa lxs compañerxs empuñaban la palabra como arma para la lucha. Por supuesto, si el orden burgués y el imperialismo los consideró “irrecuperables”, fue porque esas palabras potenciaban y eran potenciadas por una acción coherente con las ideas que expresaban. Ellos que torturaron, asesinaron, desaparecieron para evitar una revolución que temieron y también vieron cercana, también quemaron libros, periódicos y publicaciones. Porque cuando palabra y honra van juntas, como decía Liliana Bodoc, son un peligro grande para los opresores de todos los tiempos.

Además de algunas placas de El Combatiente, con una nitidez que emociona y conmueve, lxs compas nos dejaron mensajes que nos interpelan. Hay toda una cultura, una ética expresada en esas paredes destinadas a la intimidad de la militancia clandestina. “Imprenta del pueblo Cro. Roberto Matthews” era el nombre elegido en homenaje al primer desaparecido del partido en 1974, también dedicado a las tareas de propaganda. No por culto a la muerte, como se atreven a decir algunxs intelectuales, sino por defender la vida, conscientes de esa verdad que supo sintetizar Walter Benjamin: ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. “Hay que preparar hombres que no consagren a la revolución sólo sus tardes libres, sino toda su vida” y no se puede más que pensar que eso lo pudo haber escrito Miguel, o Matilde, o quizás algún otro compañero o compañera que estaba “¡A vencer o morir por la Argentina!”, la bandera del ERP con la estrella roja sobre el fondo de la bandera de los Andes.

En estas palabras – acciones llenas de vida, de ardor militante, de amor por el pueblo y la revolución resuenan palabras y acciones de otros tiempos. ¿Cómo no escuchar en ellas la voz de un Manuel Belgrano que llevaba una imprenta móvil como parte de la carga indispensable del Ejército del Norte? ¿Cómo no reconocer a Mariano Moreno, secretario de guerra, que al mismo tiempo que escribía el Plan de Operaciones y mandaba a no tener contemplación con la contrarrevolución, fundaba y escribía en la Gazeta de Buenos Aires? ¿No están también en esas paredes el pulso de las publicaciones anarquistas, socialistas y comunistas de principios de siglo XX? Y sin duda, está el trueno de la voz de Lenin, apostando a la prensa y a la propaganda como armas para la organización y para la formación política. Está la cultura práctica del Che que empuñaba el fusil cargando –literalmente- con una biblioteca a sus espaldas. Está el imperativo ético del tío Ho defendiendo la palabra escrita como segunda piel de una o un revolucionarix.

Pero esa memoria no es pasado, y también resuenan nuestras voces, anhelos y desafíos. Esa historia es una de las tantas espadas que debemos rescatar de los escombros para fortalecer nuestras luchas actuales. La composición intergeneracional de ese primer grupo que pudo bajar a la imprenta demuestra que no nos han vencido. Nunca mejor aplicado… la verdad está en los cimientos.

 

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