El gobierno de Bolsonaro realizó celebraciones oficiales el 31 de marzo al cumplirse 55 años del golpe de estado a João Goulart, hecho que dio inicio a 21 años de dictadura. El terrorismo de estado y el “milagro brasilero” de ayer, actualizado en la misma jerga contrainsurgente y de subordinación imperial de hoy. Las movilizaciones y la importancia estratégica de la lucha por memoria, verdad y justicia para la clase trabajadora y el pueblo.

Luego de que la justicia pusiera en suspenso la realización de actos oficiales para celebrar el 55º aniversario del inicio de la dictadura, finalmente los festejos fueron autorizados. La condena internacional, ONU incluida, no logró disuadir al gobierno de un ex capitán Bolsonaro y al general retirado Mourão a desistir de la celebración. Desde una cuenta oficial, el Planalto difundió un video de dos minutos que reproduce todos los lugares comunes de la Doctrina de la Seguridad Nacional para afirmar que el Ejército salvó a Brasil de la oscuridad del comunismo.

Un pasado que no pasa
La actualidad del pasado dictatorial en Brasil no sólo consiste en las constantes provocaciones que caracterizan a Bolsonaro; basta recordar que en el golpe parlamentario de 2016 el entonces diputado dedicó su voto a favor de la destitución de Dilma a Homero César Machado, uno de sus torturadores. Las vinculaciones de Bolsonaro con los asesinos de Marielle Franco también dan cuenta de todo un entramado de poder económico (industrial, agrario, minero), político, judicial, mediático y militar y paramilitar que goza de buena salud.

El reciente asesinato de Dilma Ferreira Silva, coordinadora regional del Movimiento de Afectados por Represas (MAB por sus siglas en portugués) en el municipio de Tucuruí, en Pará, en el norte del país, muestra que los famosos escuadrones de la muerte no han dejado de operar. La activista fue asesinada cuando estaba con su familia y mientras el movimiento celebraba el día internacional del agua. La represa de Tucuruí es la hidroeléctrica más grande del país, y fue sobre la base del desplazamiento forzado de 32 mil personas por la dictadura. En esos años del tan mentado “milagro brasileño”, sobre la base de la superexplotación de la fuerza de trabajo impuesta a punta de pistola, se realizaron enormes negociados en torno a las grandes obras públicas de donde surgió entre otros, el grupo Odebrecht. Los desplazamientos forzados, las masacres de indígenas y campesinos en la avanzada de grandes empresarios en especial sobre la Amazonía fueron una clave de ese “despegue”. Los admiradores locales del industrialismo de las fuerzas armadas brasileras deberían no ignorar estos hechos. Si a ello se suma que muchos de estos asesinatos no fueron contabilizados, deberíamos poder evitar ese falso debate de cuán dura fue la dictadura brasileña para analizar en clave regional las particularidades de cada proceso nacional.

Difícilmente pueda comprenderse la coyuntura actual sin insertarla en el proceso de transición democrática que garantizó la impunidad de los genocidas. Lo tardío y limitado del proceso de verdad y justicia en Brasil se refleja en que la Comisión Nacional de la Verdad entregó sus resultados en 2014, casi treinta años después de finalizada la dictadura.

La Guerra Fría hoy
La reivindicación del pasado de terrorismo de estado se fundamenta en una continuidad, de acuerdo a las fuerzas reaccionarias, de una amenaza siempre presente del comunismo o del socialismo. Si no tuviera consecuencias prácticas, el planteo de que los gobiernos del PT conducían a Brasil hacia el “castro- chavismo” podría parecer chiste. A pesar de que eran parte de su gabinete figuras como el ultra neoliberal Joaquim Levy o el propio Michel Temer, la ex presidenta Dilma fue destituida con alegatos de defensa de la propiedad privada, la familia y el estado.

Ahora bien, el proyecto de Bolsonaro lleva a todos los planos esta polarización propia de la guerra fría, pero bajo la etapa neoliberal del capitalismo. La expresión más concreta es el proyecto de “Escuela sin partido”, caballo de batalla en su campaña presidencial. La base del proyecto es disciplinar a los docentes y vaciar de contenido crítico la educación y los diseños curriculares. A grandes rasgos, los docentes deberán enseñar contenidos que no se opongan a los principios que son aceptados por las familias y en caso de no hacerlo existirán mecanismos para poder sancionarlos. Detrás de esto, lo que se esconde, es eliminar cualquier tipo de abordaje de enseñanza sexual integral, combatiendo así la llamada “ideología de género” y al mismo tiempo profundizar las políticas de olvido sobre el pasado reciente.

Articulando la derecha continental
El nuevo gobierno brasilero expresa también en la región los intereses del imperialismo yanqui. En términos diplomáticos, el último mes arrojó como datos la reunión en Washington entre Bolsonaro y un halagador Trump, así como también la participación del primer mandatario brasilero en el lanzamiento del Bloque Prosur. Este espacio, implica un nuevo momento en las articulaciones regionales, reemplazando en los hechos al Unasur, propio de la “década progresista”, y manifestando en ese plano, el ascenso de las opciones derechistas.

Sin embargo estos alineamientos no están exentos de tensiones. Tras la reunión con Trump, se hizo oficial la compra anual de 750 toneladas de trigo a EE.UU sin aranceles, siendo el mercado brasilero uno de los principales destinatarios de la producción triguera argentina. Los datos hablan por sí solos, y lo que queda a la vista es que las alianzas a priorizar son las que permitan dinamizar las economías en crisis de la región.

La necesidad de memoria para disputar el presente
El accionar reaccionario del gobierno de Bolsonaro encuentra en las calles manifestaciones concretas de rechazo. En Brasilia, Rio de Janeiro y San Pablo tuvieron lugar masivas convocatorias en repudio a la reivindicación dictatorial por parte del mismísimo estado. Del mismo tenor perfilan las acciones al cumplirse un año de la detención de Lula.

La oleada reaccionaria en el continente de la mano del imperialismo huelen a Plan Cóndor. En ese sentido las luchas por las memorias de la historia reciente se actualizan y se plantean como tareas del presente. Nuevamente somos los pueblos y nuestra capacidad de movilizarnos los que tenemos la potencia para cambiar los destinos que se imponen desde las cúpulas de poder.

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