Por Lisandro Silva Mariños.

Evidentemente quienes estudiamos la lucha de nuestro pueblo caemos en muchas oportunidades en la tentación de hacer foco únicamente en los grandes acontecimientos, y desde ya que también, en los grandes protagonistas. Quizás el miedo a parecernos a los adictos del micro-relato (con el que tanto nos inundó parte del posmodernismo), nos alejó de mirar las aparentes historias mínimas, presuntamente “anónimas”, que poblaron valientemente nuestros años sesenta y setenta. A fin de cuentas, el problema de mirar lo particular, es quedarse sólo en ello, aislándolo de de la totalidad, borrándole el hilo rojo, es decir, la historia. Aun así el lugar más común en que caemos- fundamentalmente desde la cultura de las izquierdas- es la reflexión o reconstrucción de las trayectorias desde la muerte. Nos preparamos para actividades, homenajes y actos en los días de las “caídas en combate”, siempre necesarios y fundamentales, pero poco hacemos para honrar las fechas de “vida en combate” mirando como sentían, pensaban, amaban y odian, nuestros compañeros y compañeras durante su vida digna de ser vivida.

Una historia para nada pequeña ni anónima, es la que encarnó María de las Mercedes Gómez, a la que un 11 de agosto del 1972 tras casarse, el estado patriarcal le agregaría el mote “de Orzaocoa” en referencia al apellido de su compañero de vida, Carlos, el Vasco. Claramente el reconocimiento institucional no fue el punto más fuerte en la vida de Mercedes. Si bien nació un 31 de marzo de 1949, debió esperar hasta enero de 1960 para que su madre Blanca Gómez la anotara en el registro civil local. Recién con diez años de edad Mercedes adopta oficialmente la identidad de María de las Mercedes Gómez. Dos son las marcas que encontramos en su mote. El “maría de las…” va al corazón de una familia ultra católica, y el “Gómez” al apellido materno, evidenciando la ausencia del paterno. Blanca Gómez omitió ponerle a Mercedes el apellido de su padre- José Heriberto González (1902 – 1959)- ya que para aquellos años su relación era… digamos que, “no oficial”. Él era un multifacético hombre culto de la Córdoba contemporánea: había sido corrector y columnista en el diario “Los Principios”, maestro de primaria en el colegio San José, profesor de latín y griego en el colegio Monserrat y en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Sus actividades sociales y culturales lo acercaron tempranamente a la vida política, militando en la Alianza Libertadora Nacionalista, grupo de fuerte impronta derechista que hasta 1938 saludaba alzando el brazo izquierdo 40º como buenos fascistas. La tradición e imagen familiar no inhibió a José de iniciar una relación con la joven Blanca, ya que tácitamente existía un doble estándar de moral sexual, que estructuraba una doble vara en la pareja, lo que implicaba tolerar a los varones sus infracciones a las normas enunciadas públicamente, siempre y cuando no dañaran el orden social, familiar y de género. Blanca trabajaba en la casa de los Gonzales realizando tareas de cuidado y limpieza. Había abandonado tempranamente los estudios para aportar en su casa, ubicada en una villa lindera a la actual circunvalación que rodea la ciudad capital.

Para los estándares de la época, ser una familia no tradicional traía sus costos. Fue así que Mercedes y sus cinco hermanos transitaron su primera infancia en cierta “clandestinidad” social e identitaria, que cruelmente la privó de realizar la escuela primaria, por lo cual estudió y se preparó con ayuda de su padre y hermanos para rendir libre a la hora de ingresar al secundario. La muerte del patriarca José Heriberto no significó la posibilidad de ocupar la escena pública para la familia Gómez, sino todo lo contrario. Una reconocida tía monja y madre superiora del Convento del Sagrado Corazón ubicado en el Barrio Pueyrredon, propuso internar en el convento a sus tres sobrinas: Mercedes, Dolores y Elsa. La cotidianeidad de las hermanas cambió rotundamente. Allí continuó los estudios secundarios bajo la tutela de la impoluta tía Angélica, quien fiscalizaba las estrictas reglas del claustro, del cual estaba prohibido salir o recibir personas ajenas al monasterio, en el cual únicamente era posible relacionarse entre mujeres. Cinco años de infancia y juventud, marcados por una rutina de retraimiento, oración, silencio, soledad, obediencia y contemplación. El modelo, el ejemplo a seguir, era la virgen María. Madre por obra sagrada, icono de espiritualidad, sumisión a la voluntad divina, pureza y abnegación. Era la imagen sobre la cual se esperaba que las mujeres del convento se reflejaran, ya sea en su opción por ser monjas, o de lo contrario, por ser jóvenes cándidas y futuras esposas fieles dedicadas a la crianza de los niños y tareas del hogar.

1969 será un año trascendental para Mercedes y toda Córdoba. La salida del convento y retorno al hogar familiar no implicó recrear una rutina estática para Mercedes, sino una nueva vida plagada de cambios: decidió iniciar los estudios universitarios en la carrera de asistente social en la UNC, comenzó a trabajar como operaria en una fábrica de zapatos y poco a poco se vinculará con jóvenes peronistas provenientes de la Acción Católica que se reunían en la Iglesia Sagrada Familia con el objetivo de problematizar los puntos de conexión entre la praxis católica y la lucha por la transformación social. Todo esto transcurría durante los primeros meses del ´69, momento en el cual la ciudad de Córdoba se preparaba para ser la tumba del Onganiato. El Cordobazo la tomó por sorpresa. Como a miles de estudiantes y trabajadores que promediaban los veinte años, se sumo a las diferentes acciones del jueves 29 y viernes 30, para expresar su rechazo a una dictadura sangrienta que encontraría en Córdoba una herida mortal.

Por  aquel entonces la revolución social política que corría por “la cañanada” de la docta y en todo el país, iban de a poco tomando fuerza en el corazón y cuerpo de Mercedes. Aun continuaba encontrando en el hacer católico la principal herramienta para encausar sus intenciones de transformación social. Guiada por estas premisas, conoce en la Iglesia San Ramón Nonato, a dos catequistas de grupos juveniles que serán compañeras de vida por un largo tiempo: las hermanas María Inés y Eva Weht. De conjunto las tres, orientarán sus acciones hacia los asentamientos más periféricos y cercanos al río de la villa del Bajo Yapeyú. María Inés y Eva recuerdan que fue Mercedes quien insistentemente propuso acercarse a las villas linderas para conectar el trabajo religioso con los pobres de la ciudad, alejándose de los hijos de la clase media cordobesa. El trabajo territorial en la villa del Bajo Yapeyú fue un paso más en la ruptura de Mercedes con su mandato familiar y religioso. Allí en el barrio, focalizaba su trabajo sobre infancia, acompañaba a los niños en sus estudios, se preocupaba por su salud y situación familiar; con los más jóvenes organizaba talleres en los que se atrevía (contrariando la doctrina eclesiástica) a tocar temas como sexualidad y reproducción, alentaba la organización de campamentos y bailes donde los jóvenes disfrutaban de un momento de ocio y recreación. Al igual que miles de jóvenes vio de primera mano las consecuencias de un sistema de hambre y miseria. Caminar las calles de los pobres de la ciudad, conocer sus hogares, familias, vivencias cotidianas, sufrimientos pero también alegrías, usos y costumbres, alentaron a Mercedes a organizar su rabia.

Fue así que tomó una decisión que cambiaría su vida rotundamente: vivir junto (y como) los más pobres trabajadores de la Villa del Bajo Yapeyú. Pensó durante varios meses ésta idea difícil a concretar sin el respaldo de las distintas congregaciones religiosas donde se había formado, pero sabía que no era una opción seguir haciendo “beneficencia desde la religión”. Las hermanas Weht recuerdan que Mercedes las interpelo vehementemente sin pelos en la lengua “con las actividades en la parroquia y yendo de visita al barrio no se cambiábamos nada de raíz…  al fin y al cabo con la beneficencia sosteníamos el sistema de injusticia”. La ruptura no fue únicamente con el mandato de las instituciones religiosas por las que transitó Mercedes, sino también con su familia. El anuncio de la decisión tomada no contentó para nada a Blanca, quien se opuso al plan de hija e incluso cortó relaciones con ella por un tiempo.

Las condiciones de la Villa del Bajo Yapeyú eran de gran precariedad. Nada parecidas a los grandes conventos o iglesias por las que habían transitado las jóvenes catequistas. No había luz más que la del sol y algún candelabro, el agua de la cuadra la ofrecía una única canilla donde los vecinos hacían cola para juntar baldes y palanganas, el asfalto era algo que se encontraba en las avenidas del otro lado del Rio Suquía, los veranos eran insoportables en las calurosas casillas de chapa, y en los inviernos se soportaba un frio helado, y ciertas veces se sufría alguna muerte, cuando la calefacción a leña prendía toda la casa. En el caso la “Mecha” (apodo con el que fue bautizada en el barrio) el modo de vida se conjugaba con su condición de trabajadora, ya que se levantaba (como en el convento) a las 6 de la mañana, a desayunar y emprender camino hacia San Vicente, aquel histórico barrio popular donde se ubicaba la fábrica del zapatos en la que cumplía una jornada completa. Volvía a la villa entrada la tarde, donde logró integrarse rápidamente, aunque al principió los vecinos la miraban con asombro por su tez blanca y sus zapatillas limpias. Allí comenzaron a vincularse con jóvenes y trabajadores del barrio. Con unos se acompañaba las tareas de estudio y con otros se reflexionaba acerca de las dificultades del barrio y las posibles soluciones a encontrar una vez organizados más vecinos. Lo religioso no desaparecía totalmente, pero se focalizaba a problematizar las condiciones de vida de los de abajo, buscando respuestas terrenales a los problemas que aquejan a los trabajadores de la Villa Bajo Yapeyú.

Una tarde de noviembre setentista, se acercó a las tres jóvenes un cura reconocido del barrio, Carlos Fugante acompañado por Pepe Lozada (estudiante de medicina) quienes hacían  misas en la Villa del Bajo, pero no en los horarios y lugares tradicionales, sino en el centro del barrio, en alguna descampado o canchita, a la hora de la cena, donde se le dada un carácter participativo, aunque la gran mayoría se acerca por el plato de comida. Fugante era muy conocido en Córdoba por su tarea sacerdotal junto a los pobres, párroco de la muy popular barriada de Vella Vista y durante mucho tiempo cura obrero, e integrante de las Comunidades Eclesiales de Base, miembro de los curas para el tercer mundo. Él fue quien unió los trabajos políticos y territoriales que se desarrollaba a lo largo y ancho de las villas cordobesas. Así se conocieron el grupo de Mercedes con el de Carlos “el Vasco” Orzaocoa y Nelio Rougier, otro cura, pero de la Congregación de Hermanos del Evangelio. Las actividades de conjunto se profundizaron, los sábados eran días de mucha actividad con la gente, con los respectivos centros vecinales y por a la noche florecían las reuniones para hacer balance de actividades, ver los problemas que se presentaban y pensar posibles soluciones a los problemas de los trabajadores del barrio, tales como enfermedades, peleas ó alcoholismo de las familias villeras. Fue así que desde Barranca Yaco iniciaron vínculo con otros trabajos territoriales en villas y barrios obreros para lograr alguna coordinación y movilizarnos por problemas comunes. Así fue surgiendo lo que después sería la Coordinadora de Villas y Barrios que fue una potente organización social en Córdoba, muy movilizada y politizada y de la cual el Nelio Rougier fue el dirigente más visible.

Las horas y días compartidos, los objetivos comunes y las proyecciones políticas fueron uniendo cada vez más el vínculo entre Mercedes y el Vasco. La afinidad, el compañerismo y el amor surgió al calor de la militancia cotidiana codo a codo con los más pobres. Una tarde él le “blanqueó” que militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y en consecuencia también del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Recuerda que le sorprendió que Mercedes no haya tomado la decisión de incorporarse a los diferentes grupos peronistas, ese era el camino que tomaban la mayoría de jóvenes clérigos, que en más de un caso veían en Evita lo análogo a María. Pero no. La experiencia concreta de la lucha barrial, la miseria de su villa, la explotación en la fábrica de zapatos, y el contacto con Curas Tercermundistas y militantes de izquierda, la acercaron al camino que emprendía el PRT. En abril de 1972, Mercedes exigió incorporarse al partido.

Los veinte años de edad sintetizaban en Mercedes una vida digna de ser vivida. Nació en un hogar al margen de la sociedad tradicional cordobesa, fue adoctrinada en la religión católica a temprana edad, y se crio en un convento donde aprendió no sólo la “palabra de dios” sino las tareas socialmente destinadas a las mujeres, reducidas a la privacidad y servidumbre. Propio de una mujer que quiso ver más allá de lo posible, de lo que habían esperado de ella, en su temprana juventud fue parte de una sociedad en transición donde las mujeres luchan por quebrar el mandato patriarcal que las relega al hogar familiar. Fue así que se dispuso a trabajar fuera de su hogar en un fábrica, y estudiar una carrera universitaria, lo cual resulta realmente importante para la época, en la cual para muchas mujeres el horizonte de su desarrollo llegaba hasta las escuelas de artes y oficios donde se formaban en costura, bordado, corte y confección, es decir la profesionalización de las tareas domésticas. Los planteos radicales de la atmosfera universitaria del ´68 -´69, combinados con su preocupación por acercarse a los trabajadores más pobres, la impulsaron a conocer de primera mano como vivían aquellos que habitaban a la orilla de los arroyos contaminados de la “docta”. Lo que vendrá después será una ruptura acelerada con su mandato y un paso a la acción concreta llena de praxis revolucionaria.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor, ingresá tu comentario
Por favor, ingresá tu nombre aquí