Existe en Córdoba Capital, en el barrio Observatorio, una casa que no está dispuesta al olvido; existe detrás de ella, un proyecto político que nunca dejó de latir. A mediados de 1973 se inician allí las tareas más arduas de construcción de una imprenta subterránea.
En la parte de arriba vivía una familia integrada por Victoria Abdonur y Héctor Eliseo Martínez, ambos militantes del PRT-ERP, junto a sus tres hijos. Ella, “la Gorda” como solían decirle, ama de casa, con la alegría que la caracterizaba, se encargaba de cocinar para todxs aquellxs que habitaban la casa. Compraba la mercadería necesaria para preparar la comida en Providencia, barrio ubicado en la otra punta de Córdoba. Transitaba hasta allí para que nadie sospechara que en esa casa no vivía únicamente la familia tipo para la época. Ella hacía del barrer la vereda una de las tareas claves, salir y observar el movimiento del barrio, asegurarse de que no hubiera rastro posible que el monstruoso enemigo pudiera aprovechar. Él, “el Negro”, había sido operario en Fiat, delegado gremial hasta que lo despidieron por encabezar una huelga. Laburaba por entonces como cerrajero y herrero, sabía de eso. En la casa, trabajaba en la herrería situada en la parte trasera, junto a una F100 característica por su sonido gasolero, llevaba y traía diferentes encargos.
Nadie imaginaba que allí había una trinchera que producía día y noche dos diarios que se distribuían por toda la provincia cordobesa y por el norte de nuestro país. Nadie jamás se imaginó, que ése era un centro político de vida y lucha por la existencia de otro mundo.
La construcción de la imprenta ubicada bajo tierra fue el resultado de un esforzado trabajo realizado durante el periodo de un año y medio. En conjunto con compañerxs de la organización Tupamaros de Uruguay, más ingenieros, arquitectos, albañiles y técnicos de la construcción, se trabajó en el armado de esta estructura, se trabajó en la apuesta porque efectivamente las ideas jamás se mueran.
Por fuera, una casa como cualquier otra, dos ventanas, una puerta y un portón. Por dentro y a 10 metros de la superficie, una obra maestra. El cotidiano durante los años 1973 hasta 1974 era el siguiente: lxs realizadorxs de semejante obra, entraban al inmueble “tabicados”, por su cuidado y el del resto, así al no saber cuál era la dirección exacta, si llegaban a ser capturados, no podrían decir el lugar exacto en el que se encontraba la imprenta y de esta forma, resguardar la seguridad del resto. Ingresaban escondidos en la F100 manejada por Héctor un lunes y volvían a salir un sábado. Comían y dormían allí abajo. Profundizar ese inmenso “sótano” clandestino a puro pico y pala, llenar bolsas de tierra, sacarlas por la noche, apalancar para que no hubiera desmoronamientos, construir los techos y paredes, habilitar un ascensor, bajar una gigantesca y modernísima impresora Offset importada de Alemania, una Guillotina y demás maquinaria necesaria, no era para nada una tarea sencilla. Menos, hacerla sin despertar sospechas. Así, los días pasaban y el proyecto iba tomando forma, entre bolsa y bolsa de tierra que a la noche era tirada al río. Crujía desde lo más profundo de la tierra una de las mayores formas de defender la convicción por la vida.
El acceso a la imprenta podía realizarse desde dos entradas situadas en la cocina y es, hasta el día de hoy, una obra imposible de dimensionar: a partir del corrimiento de un aparador, era posible pisar lo invisible del montacargas que descendía hacia la imprenta. Desde el otro costado, se corría una pared que ocultaban dos baldosas en el suelo. Una de ellas encubría una angosta escalera que comunicaba la planta alta con los dos subsuelos insonorizados. Bajo Tierra, a unos cuatro metros, el primer subsuelo era utilizado como depósito de papel y tinta; en el segundo, a diez metros desde la cocina, se extendía un espacio en forma de arco de cinco metros de ancho por veinte metros de largo, que contaba con un baño y una habitación usada como laboratorio. Allí, en el salón principal, se encontraban las máquinas que imprimían unos 70mil ejemplares mensuales de los periódicos El Combatiente, órgano del PRT y Estrella Roja, órgano del ERP. Una vez empaquetados, eran llevados a la superficie mediante el montacargas, éste como si fuera un ascensor los elevaba hasta la superficie para ser subidos a la F 100.
Como muchxs no conocen, el PRT-ERP, pese a las diferencias políticas, mantenía una muy buena relación con las organizaciones del peronismo revolucionario, tal es así como “el Gringo Franco”, obrero gráfico calificado, militante del FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo) y del FRP (Frente Revolucionario Peronista) entrenó a una pareja de compañerxs del PRT durante un mes y medio en el manejo de todo lo necesario para el funcionamiento de dicha imprenta. Miguel Barberis y Matilde Sánchez aprendieron de tintas, papeles, maquinaria en general, producción de libros y volantes. Así, convertidos en obreros gráficos, cumplían jornadas de muchas horas y como si fueran topos, responsables de poner en actividad la imprenta subterránea, las ideas, lecturas políticas, producciones y definiciones, brotaban como semilla.
La presencia de quienes habitaban la obra maestra era invisible para cualquiera, salvo para los demás habitantes de la casa, con los que compartían no sólo un proyecto político, sino un sueño que se cumplía en cada paso que daban. Arriba una supuesta herrería de casa de familia, abajo, la batalla de ideas a llama encendida.
Una llamada inesperada interrumpió los quehaceres habituales. Desde Buenos Aires, logran avisar a tiempo a los habitantes de la casa. Habían sucedido una serie de allanamientos en la localidad de San Andrés, éstos vinculados al sector de Propaganda del Partido por lo que era necesario salir con urgencia de allí. No había tiempo para recoger juguetes, ropa o alguna mochila con provisiones, lo único que importaba era salir y dirigirse hacia los refugios ya previstos. Tal es así, que el mismo 12 de julio de 1976, un fuerte operativo militar y provincial a cargo del coronel Carlos Alfredo Carpani Costa, allana la propiedad sin encontrar a nadie dentro, ni rastros de una imprenta. Tardaron más de diez días en encontrarla.
La familia entera logra refugiarse en Buenos Aires, sin embargo en 1977, Victoria, Héctor, Miguel y Beatriz pasan a formar parte de las listas de lxs compañeros desaparecidos que buscamos hasta el día de hoy.

El Enemigo de todo un proyecto

Después de vallar las calles paralelas a la cuadra de Fructuoso Rivera 1035, la Brigada Aerotransportada IV, con asiento en La Calera, del Tercer Cuerpo del Ejército decide instalar allí un Centro Clandestino de Detención y Torturas y de esa forma, desplegar su manto negro en el lugar. A partir de ese momento, comienzan a salir de la casa grupos de tareas que secuestraban, detenían y torturaban a todxs aquellxs que apostaron por construir otras formas de humanidad.
Por aquel centro, pasaron militantes del PRT-ERP y de otras organizaciones que se encuentran hasta hoy desaparecidxs. Los rastros de aquel bello espacio de vida y resistencia, hicieron que cuando la hermana de Victoria, María Abdonur, tuvo la mala suerte de ingresar como detenida con los ojos vendados, al correrse la venda pudiera reconocer gracias a los coloridos azulejos característicos de la cocina, dónde estaba y qué había sucedido con la casa de su hermana.
Un año funcionó como lugar de muerte, ubicado a pocas cuadras del centro de la Ciudad, en un barrio de trabajadores, rodeado de miradas curiosas que sospechaban de los nuevos movimientos del lugar. Desde entonces, el inmueble quedó deshabitado hasta 1979.

Historia de un juicio, una lucha impostergable

En el año 1979, después de que la casa fuera abandonada por el Ejército, el Juez Federal de nombre Miguel Puga, que en aquel entonces tenía a su cargo el Juzgado N°2, decide disponer de la propiedad y por motus propio, como si nada pasara, “prestársela” a un empleado de Tribunales, Héctor Varela. De esta forma, el magistrado, emite un Certificado a nombre de Ofelia Cejas, esposa de Varela, como Depositaria Judicial.
La lucha por la justicia y por defender la memoria de nuestro pueblo logró que en el año 2012 Miguel Puga fuera procesado por complicidad con la dictadura cívico militar. Pese a ello, desde 1979 hasta hace dos semanas del corriente 2019, la familia Varela-Cejas vivió allí.

Una nueva pisada en el camino por defender la vida: la recuperación de la memoria histórica que contiene Fructuoso Rivera 1035

Allá por el 2005, más precisamente el 8 de noviembre de dicho año, Walter el hijo mayor de Victoria y Héctor, inició junto a los abogados Carlos “Vasco” Orzaocoa y Pedro Salvadeo el legítimo reclamo por recuperar la casa, aquella en la que había vivido con su familia hasta sus siete años. Así, se presenta la causa ante el Juzgado de Instrucción Civil y Comercial número 23 de la Provincia de Córdoba y desde entonces, se instaló en la justicia cordobesa una causa histórica que pugnaba por salir.

Poco tiempo después, aparece una escritura con la fecha del 1º de abril de 1976 en la cual se exponía una supuesta venta de la propiedad por parte de los padres de Walter y César, a la señora Juana Ercilia Bianchi de Jaroszwok, teniendo como testigo de dicha venta a la escribana Melba Rosa Catoira de Torchio. Pese a las denuncias en su contra, por sostener hechos falsos ante la justicia, dicha escribana defendió la total validez del documento público que supuestamente aseguraba la compraventa del inmueble. Sin embargo, existen ciertos detalles que permitieron demostrar la ilegalidad del negocio: la compradora aseguró que en el momento de producirse la operación inmobiliaria en abril de 1976, la casa se encontraba en “posesión material”. Algo totalmente improbable ya que en dicha fecha funcionaba como imprenta clandestina y nadie podría explicar por qué se definiría venderla. Además, pocos meses después de la fecha en que se habría realizado la compra del inmueble, precisamente el 12 de julio la vivienda es allanada, no encontrándose allí la supuesta dueña. Aún más curioso es el dato de que la compradora Ercilia Bianchi, en realidad había fallecido en agosto del año 1973, mucho tiempo antes de la fecha en que se estipulaba había comprado la casa, lo que otorgaba total certeza de que se trataba de una operación fraudulenta. Pese a las mil y una maniobras que el ejército realizó para apropiarse de inmueble, al punto de inventar documentación falsa, los abogados, a partir del acta de defunción que probaba la muerte de la supuesta compradora, logran el dictado de una sentencia que justamente anulaba la escritura de compra. Un triunfo revolucionario.
Sin embargo, el enemigo no se queda quieto tan fácilmente. Aparece en la causa una apelación que demoraba la ejecución de la sentencia, hasta posiblemente tres años. Frente a esta situación, Carlos “Vasco” Orzaocoa y Pedro el “Negro” Salvadeo, resignaron el cobro de sus honorarios que ascenderían a más de medio millón de pesos, a cambio de que la escribana retire la apelación que había elevado el expediente a una Cámara Civil Comercial. Habiendo quedado Firme la Sentencia a favor de los herederos Walter y César Martínez, se procedió al desalojo de los ocupantes y la ocupación por sus legítimos propietarios.
Así fue como el pasado viernes 15 de marzo, un grupo de compañerxs, entre ellxs varixs de Venceremos, junto a los hijos de Victoria y Héctor, ingresamos en la histórica casa de Fructuoso Rivera 1035. Este día, abrimos las puertas de una de las más grandes imprentas clandestinas de nuestro país, la “Imprenta del Pueblo Cro Roberto Matthews”.
Walter y César Martínez quieren que esa casa se convierta en un lugar para preservar la memoria de sus padres y de todos sus “tíxs” revolucionarixs de los 70, para recrear los sueños y proyectos de esa generación.

*Cómo continuación de esta nota y reflejando las sensaciones de lxs compañerxs en el momento de ingresar a la imprenta ver: Crónicas de un día que será infinito.

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