US President Donald Trump shakes hands with Brazil's President Jair Bolsonaro during a joint press conference in the Rose Garden at the White House on March 19, 2019 in Washington, DC. (Photo by Jim WATSON / AFP)

El presidente de Brasil realizó su primera visita al extranjero a los EEUU, en una clara señal del alineamiento total con Washington que tendrá su gobierno. Venezuela, eje de las conspiraciones de los dos mandatarios.

Históricamente el primer viaje de un presidente brasileño era a la Argentina, en reconocimiento como su principal socio comercial en la región. La decisión de Jair Bolsonaro de visitar EEUU y reunirse con el presidente Donald Trump expresan en forma contundente la decisión de ubicar al gigante sudamericano en la órbita del imperialismo yanqui, lo que no está exento de tensiones internas en la coalición de hecho de gobierno que sostiene al jefe de estado.

Los próximos viajes previstos por el exmilitar son a Chile, un emblema del modelo neoliberal en América Latina y a Israel, en otra señal del alineamiento con el sionismo y en una advertencia también a Macri, que puede encontrar tanto a un aliado como a un adversario en el Planalto.

Una visita inusual

Antes de reunirse con el mandatario norteamericano, Bolsonaro participó de una actividad en la Cámara de Comercio norteamericana y firmó un acuerdo bilateral que le permite a EE.UU. usar el Centro de Lanzamiento de Alcántara en Brasil para sus satélites, entre otros acuerdos. Este era un reclamo muy anhelado de Washington, especialmente en su disputa geopolítica con el avance de China.

El presidente carioca aprovechó la ocasión para apoyar la construcción de un muro con la frontera mexicana, uno de los ejes de campaña y de gobierno de Trump. En una muestra más de la xenofobia y odio de clase que lo caracterizan afirmó: «La gran mayoría de los inmigrantes potenciales no tiene buenas intenciones ni quiere lo mejor para el bien del pueblo estadounidense.»

Sin embargo, la mayor sorpresa estuvo en el paso de Bolsonaro por la sede central de la CIA, un hecho extraordinario ya que los presidentes extranjeros no suelen visitar las agencias de inteligencia. A buen entendedor, pocas palabras. Justamente, el encuentro entre Trump y Bolsonaro tiene como principal eje avanzar en su plan golpista en Venezuela que, desde el 23 de enero, no ha logrado hacer pie ni crear las condiciones para una intervención extranjera. La profundización de las sanciones económicas y diplomáticas están a la orden del día, como anticipó el encargado norteamericano para Venezuela, Eliott Abrams, un especialista en conspiraciones golpistas en la región.

Un golpe para ocultar la crisis

La reunión de ambos mandatarios, profundamente reaccionarios y machistas, para apuntalar su ofensiva contra el gobierno de Maduro no alcanza para ocultar las tierras movedizas en la que ambos presidentes se encuentran.

En el caso de Trump, luego de un crecimiento económico inicial, la economía comienza a enviar señales de alerta: el déficit fiscal es récord, mientras que cayó la creación de los puestos de trabajo. A su vez, dentro de poco se conocerá el resultado de la investigación del «Russiagate», o sea la participación de Moscú en alterar el proceso electoral norteamericano, lo que podría significar un mazazo e incluso un impeachment al magnate anaranjado.

Bolsonaro, por su parte, va de crisis en crisis desde que asumió. Tuvo que despedir al secretario de presidencia y presidente de su partido, Bebbiano, por una trama de corrupción con candidatos fachada para cobrar los fondos electorales. Bebbiano era también el enlace del presidente con el Congreso. En tanto, el hijo del jefe de estado quedó expuesto como el financista del grupo de paramilitares sindicado como responsable del asesinato de la concejal del PSOL, Marielle Franco. Y, finalmente, los mercados vienen dando la espalda al excapitán por su falta de compromiso con la reforma previsional que se anticipa será profundamente antipopular e impactará en su base electoral. Todo esto medidado por una disputa palaciega al interior del gobierno entre el ala trumpista, el ala militar y el sector neoliberal encabezado por el ministro Guedes.

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