La nueva fase en que ha entrado la ofensiva imperialista contra Venezuela y la nueva lección que el bravo pueblo de Bolívar ha dado el 23 de febrero en las calles, actualizan un eje fundamental de toda la tradición y experiencia de luchas emancipadoras: el antiimperialismo.

Son muchas las lecciones que todavía debemos aprender de ese enorme proceso que comenzó hace dos décadas en Venezuela, pero hay uno que sin ser nuevo, cobra una gran centralidad y que necesitamos jerarquizar con urgencia: el antiimperialismo.

¿El imperialismo no existe más?
Terminaba la década de 1990 y la burguesía mundial pregonaba que su triunfo sobre los proyectos revolucionarios sería eterno. La intelectualidad a sueldo se dedicó a darle forma teórica a ese momento en el plano del pensamiento: “Fin de la historia”, proclamó Francis Fukuyama un exponente consuetudinario de la derecha. Pero también “Adiós a la clase obrera” dijo un antiguo marxista como André Gorz. Y en el año 2000, en el mismo momento en que las resistencias y rebeliones se propagaban contra la miseria del sistema, fue Toni Negri un intelectual radical, de la nueva izquierda en la Italia de los 60, que había estado preso y exiliado por ser un referente de la lucha anticapitalista, quien sancionó que el imperialismo había dejado de existir. La nueva etapa, decía, había creado un dominio global que carecía ya de centro de poder imperial. El nudo de la argumentación estaba en coherencia con las tesis contemporáneas (sintetizadas por otro marxista radical como John Holloway) que disolvían (en el plano de las ideas) el poder del estado en un continuo de relaciones de poder que atravesaban al conjunto de la sociedad.

Las consecuencias estratégicas de estos planteos eran contundentes. La cuestión del estado y de la toma del poder dejaban de ser problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria. El enfrentamiento con el imperialismo desaparecía de los desafíos a resolver. Si bien se reconocía el dominio del capital, se tiraba por la borda más de un siglo de experiencia y de teoría elaborada al calor de la necesidad de enfrentar al imperialismo como condición para avanzar en la lucha anticapitalista y por el socialismo. El énfasis exclusivo en el dominio objetivo, anónimo, impersonal del capital, de la “coerción económica”, sirvió para dejar fuera de los análisis “mainstream” pero también de gran parte de la izquierda, las formas reales, económicas, tecnológicas, pero también políticas militares en que el imperialismo realiza el dominio del capital a escala planetaria.

Sin embargo, en ese mismo período, EEUU preparó con las ahora llamadas fake – news (noticias falsas) invasiones e intervenciones a través de mercenarios en Irak, Afganistán, Libia, Siria, por mencionar los casos más resonantes, destruyendo naciones y generando situaciones de una enorme degradación, que provocan cientos de miles de muertos.

“Váyanse al carajo, yankis de mierda”
En los primeros procesos de independencia en Nuestra América, y así lo vieron las y los revolucionarios más lúcidos, la victoria sobre el dominio colonial europeo no alcanzó para la definitiva independencia. Muy tempranamente en México, Centroamérica, el Caribe y el norte de América del Sur, emergieron los Estados Unidos como nueva y pujante potencia imperial dispuesta imponer mediante la zanahoria y el garrote el dominio sobre lo que considera “su patio trasero”. La injerencia yanki se dedicó a erosionar (junto a las oligarquías nacionales) del proyecto de unidad latinoamericana a comienzos del siglo XIX, invadió, asesinó, realizó operaciones encubiertas, financió, planeó y apoyó golpes de estados y dictaduras, entrenó a las fuerzas represivas, con una ofensiva permanente mediante su “industria cultural” buscó ganar no sólo territorios y negocios, sino también conciencia y sentido.

No por casualidad, nuestro marxismo revolucionario desde Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, desde Augusto César Sandino, Fidel Castro y el Che, identificó con claridad que el imperialismo yanki era la salvaguarda de las burguesías domésticas y el enemigo que había que vencer si se querían emprender transformaciones de fondo. Lejos del internacionalismo abstracto y eurocéntrico de una izquierda que hasta hoy sigue teniendo representantes, el marxismo latinoamericano supo identificar correctamente al imperialismo yanki como enemigo, al mismo tiempo que entendió que la liberación nacional sólo podía consolidarse con la liberación social.

Desde hace dos décadas, mientras mantiene el bloqueo y las operaciones de todo tipo contra Cuba, mientras multiplicaba sus bases en el continente, EE.UU puso en Venezuela su objetivo estratégico. Sin duda, con un interés por las mayores reservas de petróleo probadas del mundo y por haber controlado durante décadas esa producción, la principal del país. Pero también con el interés estratégico de aplastar el proceso de transformación más radical que tuvo lugar en nuestro continente en el último cuarto de siglo.

La ofensiva de EEUU por recuperar los lugares perdidos en nuestro continente y por rearmar el mapa de la región con gobiernos no sólo afines, sino explícitamente cipayos, desde el estallido de la crisis de 2008 viene en avance. La prepotencia imperial, de larga data, tiene nuevas voces para el mismo viejo discurso. La hipocresía de la defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia es la misma con que han justificado todas sus masacres.

Pero el ataque hemisférico encuentra en Venezuela una resistencia que da cuenta de la profundidad del proceso bolivariano: hay allí un pueblo organizado, en armas y con conciencia histórica de qué es lo que se dirime. El desparpajo de la prepotencia yanki y de todos los poderes cipayos (gobiernos, medios de comunicación, “artistas”, etc.) ha encontrado su respuesta. En las calles, en unidad, el pueblo chavista enfrenta la intervención y defiende al gobierno legítimo de Maduro contra el golpismo. Como dijera Chávez en 2008, el pueblo grita “Váyanse al carajo, yanquis de mierda”

Un programa con raíces y con futuro
“Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo” decía el Che. La experiencia histórica y también el presente histórico demuestran la vigencia de la brutalidad del imperialismo. Y demuestran también que la lucha antiimperialista es una tarea actual y urgente. Hoy el antiimperialismo es defender a Venezuela y ejercer la solidaridad práctica en todas las formas posibles.

Afortunadamente, la realidad y el ejemplo venezolano, van permitiendo poner en agenda de los movimientos y organizaciones del continente la necesidad de aumentar los grados de articulación para la acción, para la difusión, para la formación, en definitiva, para la lucha contra un enemigo poderoso pero que no es invencible.

Desde la primera independencia, sabemos que la emancipación de nuestros pueblos reclama no sólo derrotar a las potencias que nos oprimen, sino construir esa tan necesaria y anhelada Patria Grande Nuestroamericana. Desde las luchas revolucionarias que se multiplicaron desde el siglo XX, sabemos que la verdadera y definitiva independencia es sinónimo de socialismo. En este siglo XXI tendremos el desafío de actualizar en pensamiento y sobre todo en acción esos pilares de un programa que tiene raíces profundas y que tiene todo un mundo por ganar.

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