El 21 de enero de de 1924, hace hoy 95 años, moría enfermo el dirigente más importante de la revolución que dio su impronta a todo el siglo XX. El triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917 inauguró la obra más ambiciosa que jamás la humanidad se había planteado: forjar una nueva sociedad de igualdad social, para que el pueblo viva compartiendo el trabajo y sus frutos, sin que nadie viva a costa del trabajo ajeno.

Desde las ruinas de un imperio arrasado por el capitalismo dependiente y por la Primera Guerra Mundial, la revolución socialista rusa abrió una perspectiva de transformación social que se expandió por el mundo entero. El socialismo se transformó en la perspectiva de muchos pueblos (entre los que se destacan China, Cuba y Vietnam), y fue tan influyente que obligó al mundo capitalista a reformarse, ante el temor de perecer bajo el ascenso comunista. Así, junto al macartismo, la guerra fría y la doctrina de seguridad nacional, crecieron también los estados de bienestar y los nacionalismos de impronta antiimperialista.

En esa maravillosa obra colectiva que fue la revolución rusa, protagonizada por millones de hombres y mujeres de la clase obrera y el campesinado humilde, de luchadores/as y militantes revolucionarios/as, el rol de Vladimir Ilich Lenin fue central.

En una militancia tenaz que se remonta a fines de la década de 1880, cuando aún no alcanzaba los 20 años, Lenin se transformó en el principal constructor de la izquierda revolucionaria rusa, el jefe del partido bolchevique que desde comienzos del siglo XX batalló durante 15 años contra el zarismo hasta lograr erigirse como dirección política de los explotados y oprimidos rusos, y arrancar el poder a las clases dominantes.

La norme virtud de Lenin reside, entre otras cosas, en la integración virtuosa de la táctica y la estrategia política. Con la claridad de una perspectiva socialista, para construir una sociedad opuesta por el vértice al mundo capitalista, Lenin supo desarrollar una intervención política audaz y al mismo tiempo realista, siempre sostenida en las condiciones de posibilidad de cada etapa y cada coyuntura, pero sin abandonar por un momento el objetivo de conquistar el poder para la clase trabajadora. El trabajo paciente con los núcleos de obreros más decididos, la lucha de barricadas que atravesó a la revolución de 1905, la defensa militante de la intervención electoral cuando ésta fue posible, el apoyo a las guerrillas de 1906, las experiencias de unidad y las disputas con los mencheviques, la preparación y dirección de la insurrección, la defensa de los soviet, las negociaciones para conseguir la paz con Alemania, el reclamo de unidad en los sindicatos obreros… cada una de estas definiciones fue parte necesaria de una lucha que transformó no sólo la vida de la clase obrera y el campesinado rusos, sino a toda la humanidad.

Ante semejante muestra de rebeldía y de capacidad transformadora, hoy, 95 años después de su partida, levantamos su enorme ejemplo. Somos hijos e hijas de un mundo que no hubiera sido el mismo sin dirigentes revolucionarios de la talla de Lenin, y seguimos aprendiendo de muchos de sus aportes, para actualizar, una y otra vez, todo lo que sea necesario, el camino de lucha por la completa emancipación de nuestra clase y de nuestro pueblo, por el fin de la grosera desigualdad social a la que nos somete el capitalismo, por el socialismo.

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