*Por Mariana Brito Olvera
El 1 de diciembre de 2012 Peña Nieto asumía la presidencia de México. La forma en que inició su gobierno no fue más que una demostración de lo que vendría después: represión, corrupción, impunidad. Mientras a las afueras del congreso se lanzaba el aparato represivo contra quienes nos manifestábamos en repudio a su imposición presidencial (represión que cobró las primeras víctimas de su gobierno), adentro se llevaba a cabo toda la parafernalia de la toma de protesta. Después de eso pasaron más, muchas cosas más. Pasaron las constantes represiones a la CNTE, pasaron las reformas estructurales que pusieron el piso para que las empresas transnacionales saquearan sin costo alguno nuestros recursos, pasaron asesinatos a periodistas, a luchadoras y luchadores sociales, a miles de mujeres, pasaron miles de desapariciones, de asesinatos, de fosas llenas de gente sin nombre, pasó Apatzingán, Tanhuato, Ayotzinapa. Se declaró el sexenio de Peña como el más violento en la historia reciente mexicana.

Pero esto que se agudizó de forma casi innombrable en estos últimos seis años había comenzado desde antes. La llamada guerra contra el narco, inaugurada por Felipe Calderón en 2006. Con él, la militarización del país, el auge de los cárteles de drogas, el perfeccionamiento de las redes de trata y del narcotráfico. Ahora, si nos vamos más atrás, estos años de la historia reciente de México sólo es posible pensarlos en función a la larga estadía del PRI en el poder, de ese gran dinosaurio que dejó en el Estado una estructura anquilosada, putrefacta, diseñada para la continuidad de la corrupción y la impunidad sin importar quién fuera la cabecilla al frente de la silla presidencial.

El triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador demuestra el repudio y hartazgo del pueblo mexicano de toda una historia de priísmo. El hartazgo de la impunidad, de la mentira, del horror. Demuestra, también, un acto de aferrarse a la vida, de un estar “hasta la madre” de las políticas de entrega y de extermino. La toma de protesta de AMLO se lleva a cabo en medio de este contexto. Un momento raro para el progresismo, pero también clave e importantísimo (y por ello todo un desafío) en términos geopolíticos, sobre todo cuando gran parte de América Latina gira vertiginosamente hacia la derecha con representantes Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile o Jair Bolsonaro en Brasil.

La pregunta ahora es: ¿y ahora qué?, ¿qué pasará o debería pasar después de hoy? Dos actores sociales son esenciales para el rumbo que el país tomará en los años siguientes. Por una parte, el gobierno, que, encabezado por AMLO, debe efectuar los compromisos expresados hoy en la toma de protesta, que van desde actuar acorde a una línea crítica al neoliberalismo y una lucha contra la corrupción, hasta la garantía de no reprimir al pueblo y no violar los derechos humanos. El otro actor es el fundamental para el futuro de México: es el pueblo mismo. Ese pueblo que, harto de sangre e injusticia, demostró en las urnas su voluntad, ahora debe convertir ese hartazgo en motor para la movilización, para construir realmente poder popular. Porque hay que entender lo fundamental: desde lo estatal no va a venir la solución, el gobierno de AMLO funcionará como un dique de contención para la ola de violencia generalizada y la entrega del país a manos llenas, pero ese dique de contención debe ser aprovechado por la sociedad organizada para dar, en efecto, un rumbo distinto a la situación nacional. Ni esperar soluciones mágicas ni criticar sin organizarse. A partir de hoy, debemos organizarnos todavía más, no sentarnos a esperar confiadxs las soluciones, el nuevo país nos toca construirlo a nosotrxs, nutriéndonos de las experiencias combativas de los pueblos campesinos como Atenco, de los pueblos indígenas como el CNI y el zapatismo, del magisterio disidente, de un montón de tradiciones de lucha que tenemos en nuestro país. En nuestras manos está el darle otro rumbo a las cosas e ir trabajando, después de este sexenio de terror e impunidad, por la construcción de memoria, verdad y justicia.

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