El reciente anuncio entre Gran Bretaña y la UE para llevar adelante el Brexit, las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia y la crisis alrededor del nuevo gobierno italiano son solo algunos síntomas de un quiebre profundo que arrastra a todo el bloque.

Luego de innumerables discusiones, peleas y tironeos, la primera ministra británica Theresa May y las autoridades de la Unión Europa alcanzaron un acuerdo sobre cómo se llevará adelante la desvinculación de Londres respecto del bloque común. El mismo puede ser calificado como «soft», en tanto, el gobierno británico compromete al país a cumplir con todas las obligaciones contraídas con Bruselas, incluso más allá del período de transición que se abre hasta el 31 de diciembre de 2020. Hasta esa fecha, las empresas tendrán tiempo para desplazarse y reubicarse. Se estima que la separación tendrá un costo de alrededor de 50 mil millones de euros. Al mismo tiempo el gobierno de Downing Street aspira a alcanzar futuros acuerdos de libre comercio en forma bilateral. Sin embargo, todo el acuerdo pende un hilo porque todavía debe ser aprobado por el Parlamento inglés, donde May afronta la oposición no solo laborista sino de un ala de su propio partido.

Mientras tanto sigue creciendo la crisis alrededor del gobierno populista de derecha que se formó en Italia. El presupuesto impulsado principalmente por el líder de la Lega Nord, Matteo Salvini, incumple las metas fiscales dictadas por Bruselas y agrava el déficit del país en un contexto donde la deuda supera el 130% del PBI. Las autoridades europeas ya rechazaron el proyecto y amenazan con sancionar a Italia. Roma se mantiene firme. Salvini impulsa una redistribución limitada del ingreso en algunos sectores populares para construir una base social a nivel nacional (su partido se concentraba en los sectores ricos del norte) para respaldar su política racista y xenófoba. Sin embargo, la mayor amenaza es que una sanción de la Unión Europea derive en baja en la nota de deuda italiana, convirtiendo a sus bonos en basura y desatando probablemente un nuevo estallido de la crisis mundial.

Algo similar ocurre con el gobierno español de Pedro Sánchez, una coalición entre el PSOE y Unidos Podemos, que intenta presentarse como una nueva versión del Estado de Bienestar con algunas medidas de corte social. Pero su deuda externa ya alcanza el 100% del PBI, por lo que un estallido en Italia no tardaría en arrastrar al Estado español.

Para completar el panorama de una Europa convulsionada, se anota el estallido de los llamados «chalecos amarillos» en Francia. Se trata de un movimiento masivo protagonizado por los sectores más precarizados de las ciudades periféricas del país, surgido a partir de la suba de los combustibles pero que rápidamente se extendió a otras consignas como los bajos salarios o el retroceso de los servicios públicos. Articulado a través de las redes sociales y en forma horizontalista, al margen de partidos y sindicatos, ya protagonizaron numerosos piquetes y cortes de autopista en los que se calculan participaron 300 mil personas, y una movilización a París. Al no contar con ningún encuadramiento formal, los chalecos amarillos han tenido expresiones y manifestaciones de fuerte radicalidad. El gobierno de Macron se apresta a echar lastre con algunas concesiones al movimiento, en un cuadro de fuerte desgaste tras las huelgas ferroviarias y las tomas estudiantiles meses atrás.

Aunque parezca exenta de este torbellino, la Alemania de Merkel también procesa su propia crisis. La canciller tardó varios meses en poder alcanzar la mayoría parlamentaria para formar gobierno y llevar adelante su tercer mandato. El acuerdo logrado con la socialdemocracia terminó con una crisis interna en sus aliados. Posteriormente sufrió duros reveses en las distintas elecciones regionales que se realizaron en Baja Sonia, Renania del Norte-Westfalia y Baviera, los principales distritos del país.

En este cuadro de situación se profundizan las tendencias al choque y a la guerra comercial entre Europa y el gobierno de Trump. La amenaza de Macron de formar un ejército europeo al margen de la OTAN suena más a una bravuconada que a una realidad. A este paso, el viejo continente se encamina a ser un nuevo eslabón de la crisis mundial.

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