El 20 de Junio de 1820 fallecía en Buenos Aires a la edad de 50 años el General Manuel Belgrano. Todos los trabajos históricos que se han hecho sobre su vida acuerdan en resaltar su generosa dedicación y entrega a la gesta independentista. Desde un pensamiento guevarista nos interesa rescatar esa característica de su vida pero también su destacado protagonismo y alineación en el intenso proceso de lucha de clases que se dio en esos años sobre los alcances de la Independencia y los proyectos institucionales y sociales de gobierno. Y esto como parte de un debate historiográfico y político de directa incidencia en la actualidad.

Establecida la Primera Junta de Gobierno, a partir de Mayo de 1810, la política que se da en las relaciones con España se la llamó “La Máscara de Fernando VII”. Consistía en avanzar hacia la Independencia pero, aprovechando la acefalía por prisión del rey de España en una cárcel dorada de la Francia Bonapartista, se mantendría la fórmula de Gobierno: “en nombre de Fernando VII”. Moreno en el “Plan de Operaciones” recomendaba que fuera sólo por un corto tiempo esta fórmula de gobierno porque de prolongarse facilitarían los planes restauracionistas del colonialismo español y las vacilaciones de sectores ahora independentistas pero que no estaban decididos a la ruptura total con España. En el Primer Triunvirato, dirigido por Rivadavia, se hizo un acuerdo con los realistas asentados en Montevideo reconociendo “que las Provincias Unidas del Río de La Plata no tienen otro soberano que el Señor Don Fernando VII”. Esta posición era rechazada por Artigas y los patriotas orientales que para la Asamblea del año XIII mandaron sus diputados con mandato para que se declarara en forma inmediata la Independencia del Río de la Plata, de España y de toda otra potencia extranjera. Y la Asamblea, rechazando este mandato, no los incorpora. Fue también el Primer Triunvirato el que desautorizó la Proclama de Castelli en Tiahuanaco del entonces Alto Perú donde manifestó que quedaban derogados la mita y el yanaconazgo proclamando que “todos los hombres eran iguales y con los mismos derechos” ganándose la adhesión del Pueblo Aymara. El Triunvirato le reprochó haberse enemistado con la Iglesia y las clases cultas del Alto Perú.

La escuadra española con asiento en Montevideo hacía insistentes incursiones de desembarco por el litoral del Paraná para aprovisionarse de alimentos. Belgrano fue designado por el Triunvirato para montar dos baterías de combate en las proximidades de Rosario para impedir estas incursiones. Hasta ese momento las tropas patriotas combatían llevando la insignia española, pues aún no se había declarado la Independencia. Belgrano propuso primero la escarapela que llevaría cada combatiente, lo que fue aceptado por el Triunvirato. Y a los pocos días y con los mismos colores, celeste y blanco, enarboló por decisión propia la bandera que hizo jurar a la tropa: “Soldados de la Patria…Juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”.

El Triunvirato desaprobó la bandera y el Juramento y reprendió severamente a Belgrano. No obstante Belgrano -que había sido designado Jefe del Ejército del Norte que venía derrotado de Huaqui en el Alto Perú-, marchó a su encuentro con Pueyrredón con refuerzos y enarbolando la bandera. El 26 de marzo de 1812, en Yatasto, se hizo cargo del Ejército del Norte. Marchando hacia Jujuy, llegan en Mayo y se aprestan a celebrar el segundo aniversario de la gesta de Mayo. Frente a todo el pueblo jujeño reunido y la formación del Ejército del Norte se bendice y pasea la bandera nacional que fue jurada por la tropa. Enterado el Triunvirato de este “segundo desacato” Belgrano es severamente amonestado. Belgrano obedeció esta vez las instrucciones del Gobierno y guardó la bandera. Pero después de la victoria de Tucumán y marchando hacia Salta enarboló nuevamente la bandera que desde ese momento acompañó todas las luchas independentistas.

Cuando todas estas definiciones transcurrían en los campos de batalla, la diplomacia del gobierno se desplazaba por otros andariveles. Liberado y vuelto a España Fernando VII, derrotado Napoleón y constituida en Europa la conservadora y monástica Santa Alianza, los gobernantes porteños buscaban atajos negociadores. Manuel de Sarratea, que integró varios gobiernos, escribía a Fernando VII: “…si el cielo no hubiera permitido la ausencia de su majestad jamás se hubiera oído ni el eco de la insubordinación…”. Carlos María de Alvear representaba a los que querían un cambio de amo: “Estas Provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso…”. Y es que los terratenientes y grandes comerciantes del Puerto pensaban sólo en cómo conservar y agrandar sus negocios. Que los cueros y las carnes llegaran al mercado de Londres era su mayor y única ambición. Y todo este conflicto se agudiza cuando se realiza la convocatoria al Congreso de Tucumán.

Con San Martín la celeste y blanca fue enarbolada por el Ejército de los Andes. Eran bandera y Ejército de la Patria Grande. Allí se unieron en los combates, en los sueños y proyectos, en la sangre derramada de hermanos uruguayos, argentinos, chilenos, peruanos y colombianos.

Los revolucionarios guevaristas del 70 tuvieron una celeste y blanca con una estrella roja de cinco puntas entre franja y franja. Significaba el objetivo internacionalista de la emancipación de los cinco continentes. En cada formación militante, en el juramento de cada incorporación, al inicio de cada día en las escuelas del PRT, en la despedida a nuestros hermanos caídos en combate, en los miles de enfrentamientos con el ejército enemigo, en las barricadas humeantes del Vivorazo, flameó nuestra celeste y blanca con la estrella roja de cinco puntas del internacionalismo proletario. La prensa del ERP se llamó Estrella Roja.

Por todo esto nuestro reconocimiento a Belgrano. Porque su persistencia en enarbolar la celeste y blanca tenía que ver con su decisión inquebrantable de Independencia de España y de toda otra Potencia extranjera. Y esa decisión era sostenida por la fuerza de los pueblos que habían unido a la independencia la emancipación de toda esclavitud y servidumbre.

Por eso, no le regalamos a las clases dominantes nuestra bandera. No la regalamos a los milicos genocidas, no la regalamos a la iglesia, no la regalamos a los antiderechos que se opusieron a la legalización del aborto. No la regalamos a los CEOs que gobiernan nuestro país subordinándonos a los designios del imperialismo y sometiéndonos nuevamente al FMI. Levantemos con orgullo nuestra bandera nacional llenándola de contenido popular y revolucionario.

Desde Córdoba. 15 de Junio. Carlos Vasco Orzaocoa.

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