El futuro llegó con la última corrida cambiaria. Todo un palo, varios palos. Los palos verdes que se van en los camiones blindados hacia el extranjero; los palos que descarga el saqueo sobre nuestra espalda. Lo que el gobierno de la alianza Cambiemos suponía o especulaba retrasar, le explota en las manos. El gradualismo encuentra entre sus propios límites un colofón o un espejo que le devuelve su verdadero y trágico rostro después de la devaluación de la moneda, de las tasas a un 40% y de la pérdida de US$ 8.000 millones de las reservas en mayo. Lo que se estimaba pasaría -tránsito lento mediante- en 2019, terminó de eclosionar un año antes, abruptamente. La clase obrera y el pueblo, quienes venimos sintiendo en el costo de vida los latigazos del ajuste, los tarifazos, la inflación y las paritarias a la baja, tenemos enfrente un nuevo escenario, o mejor dicho, EL escenario. A su vez, las organizaciones que peleamos por una vida digna para nuestra clase y por un proyecto de emancipación de los intereses patronales sabemos que este es un punto de inflexión para la lucha política.

Un preludio de la profundización del ajuste fue la visita del FMI a fines de 2017 que dejó su listita de consejos y recaudos. La formalización de un pedido de salvataje financiero de US$ 30.000 millones a esta entidad termina por acomodar las fichas en el tablero con una lógica contrapartida: reducción del gasto social, flexibilización laboral, reforma previsional, privatización del ANSES, recortes en los presupuestos y reducción del empleo público. En ese sentido, el diciembre de lucha del año pasado es el hito reciente desde el cual debemos pararnos para afrontar lo que se viene.

Lo que viene, lo que viene…es hacer pasar las reformas más duras y aprovechar al máximo la anestesia local con la que tienen adormecidos aun a grandes sectores de la población. No en vano fue anunciada la reforma laboral en medio del desarrollo de la Copa del Mundo en Rusia que tendrá cautivos a los medios durante un mes. Por su parte, la siesta cegetista sigue brindando –no por omisión- un fuerte respaldo a estas políticas, como así también los “silencios tácticos” de la oposición que exceden lo discursivo y tienen un correlato que no se expresa en verdaderas manifestaciones de lucha, a la vez que operan como válvulas que descomprimen y desorganizan el descontento, en vez de concentrarlo en un aquí y ahora cuando el sueldo no alcanza y la represión avanza.

En este nuevo período de luchas que se abren, la parcialidad y la fragmentación pueden costarle muy caras a nuestro pueblo, en tanto que la unidad concebida como integración a programas e intereses ajenos a los de nuestra clase vuela como un boomerang que nos puede dar justo en la frente. Las políticas neoliberales que se vienen desplegando y sobre todo aquellas que se intentarán desplegar en una versión recrudecida, amenazando la calidad de vida de la clase obrera y del pueblo pobre, no se van a conmover ni mucho menos tambalear con el gesto de una resistencia gandhiana asumido por el kirchnerismo. En primer lugar porque éste -Cambiemos lo tiene bien claro- no pretende desbordar los límites de la institucionalidad, en parte porque apuesta a la elección de 2019, en parte porque no está en su ADN la disputa desde la calle desde una perspectiva clasista, parando la producción por ejemplo, impidiendo el tránsito de mercancías, el normal funcionamiento de los servicios, en definitiva no dejando gobernar a los que están gobernando para el saqueo, no dejarle implementar sus planes a los que hoy son a todas luces para propios y ajenos enemigos jurados de la dignidad del pueblo, de las trabajadores y trabajadoras, de las mujeres que se organizan, de la juventud que pelea en los barrios para ganarle al hambre y a la falta de trabajo. En segundo lugar porque esa (esta institucionalidad) fue una de sus mejores, sino la mejor, de sus obras de gobierno y es la garantía de que futuros gobiernos le cuiden la ganancia a los que ganan siempre.

Como izquierda nos queda jugar inteligentemente. Sin sectarismos que nos paralicen, sin diluirnos en una agenda de luchas formales y aisladas. Buscar los espacios más amplios de unidad en la acción para congregar todas las peleas sectoriales y dar las batallas generales con coherencia y perspectiva de victorias duraderas para nuestro pueblo. No desgastarnos en una resistencia apostólica, inofensiva. Para frenar el ataque a nuestros intereses no basta con esperar cantando el himno. Hay que honrar las luchas de quienes nos precedieron sin quedarse a la espera de la catástrofe, mirando compungidos y compungidas desde un balcón. Así como Darío y Maxi, que se apropiaron de su historia y volaron por encima de lo preestablecido, dejando el cuero por otros y otras en sus militancias. Ambos no esperaron e hicieron de la política una estrofa para cantar y también para bailar y sus ejemplos nos alientan a dar batalla en estos tiempos decisivos para nuestro pueblo. Porque a 16 años de sus asesinatos, nos siguen señalando con su presencia nuestro lugar como militantes revolucionarios y revolucionarias, nuestro lugar en la pelea para que entonces la justicia y la belleza sean hoy y ahora, aquí en la tierra.

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