«Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”

Rodolfo Walsh

 

A contramano de la historia oficial que nos encasilla también a las y los trabajadores y sectores populares, la lucha de las mujeres no comenzó hace pocos años. Lejos del estereotipo del obrero de overol o del dirigente sindical corrupto y burócrata, las mujeres trabajadoras, algunas jóvenes (muy jóvenes en muchos casos), con sus manos y rostros ajados otras, curtidas por el viento y la vida dura de las montañas y sierras, del trabajo en la tierra bajo el sol, herederas de los pueblos americanos a los que fue arrebatada esta tierra, trabajadoras textiles, zafreras y otras, tantas otras han impulsado desde sus inicios la organización y desarrollo de la clase trabajadora en nuestro país.

En este mayo de conmemoración de luchas revolucionarias y obreras, unas pinceladas para recuperar nuestra historia.

 

Ni Dios, ni patrón, ni marido

Es 1° de mayo de 1890. Por primera vez en Argentina la clase trabajadora se moviliza de forma conjunta para conmemorar la lucha de los Mártires de Chicago impulsando un programa con las principales demandas políticas, económicas y sociales del movimiento obrero. En Rosario, una mujer encabeza la movilización enarbolando una bandera negra con letras rojas que reza: «1 de Mayo, Fraternidad Universal»; su nombre es Virginia Bolten. Diarios de la época sostienen que es ella la primera mujer oradora en una concentración proletaria en nuestro país. Su palabra revolucionaria calará en las mentes y corazones de sus compañeros y compañeras.

Virginia milita y trabaja incansablemente por los derechos de los y las trabajadoras. Nacida en San Luis, se radica en un barrio obrero de Rosario que se había levantado en las cercanías de la Refinería Argentina de Azúcar, donde comienza a trabajar y a dar sus primeros pasos oponiéndose a la patronal y exigiendo mejores condiciones de trabajo. A partir de este momento, propaga fervorosamente el ideario anarquista a lo largo del país. Colabora en las notas del periódico La Protesta Humana y es una de las principales impulsoras de La Voz de la Mujer, periódico anarco-comunista cuyo slogan es “Ni Dios, ni patrón, ni marido«, que se convierte en el primer manifiesto libertario dirigido por mujeres para mujeres. También organiza eventos político-culturales, debates, discusiones, lectura de poesía y teatro para las y los obreros.

Recorre parte del país organizando a las mujeres trabajadoras y participa en actos en distintas ciudades, expresando la voz del pueblo trabajador, especialmente de las mujeres, de las pobres, las oprimidas, sirvientes, trabajadoras formales e informales. Es detenida en varias oportunidades. A raíz de su intervención en la histórica huelga de inquilinos e inquilinas, que tiene a las mujeres como protagonistas, barriendo con sus escobas la injusticia de los caseros y resistiendo los intentos de desalojo, se le aplica la Ley de Residencia y es expulsada al Uruguay. En Montevideo, donde se radicará definitivamente, su casa se convierte en una base operativa de las vanguardias libertarias deportadas de Argentina.

 

Mineritas

Damiana y Josefina trabajan en las minas desde los 15 años. Sus vidas son todo sacrificio y trabajo. Sus rostros ajados, dañados por el sol y el viento tienen el color de la tierra. Sus cuerpos, el color de nuestros pueblos originarios. Sus manos, el color del que está hecha nuestra clase. Son mujeres trabajadoras que han sembrado huella. Damiana Valdéz recuerda cantando coplitas la vida de los y las humildes trabajadoras del norte argentino. Desde niña trabajó en las minas de Bolivia y en los surcos del Ingenio Ledesma como zafrera donde se les pagaba con telas, con coca, pero no con dinero. Josefina Aragón, entre 1950 y 1970, fue ayudante de partera y delegada de las Amas de Casa en la mina Aguilar. Ambas participaron de las rebeliones mineras en el norte argentino y el sur boliviano, luchando para organizar el sindicato, para lograr mejores condiciones de vida y trabajo.

 

Hilda

En 1967, el ingenio Santa Lucía en Tucumán, única fuente de trabajo en el pueblo, vivía los últimos meses de su vida activa. Los y las trabajadoras salieron a dar pelea. El 20 de diciembre de 1966 hubo telegramas de despido a otro grupo de trabajadores y trabajadoras, entre ellos a Juan Molina, marido de Hilda Guerrero de Molina, quienes tenían cuatro hijos. Hilda se suma al grupo de mujeres que preparaban ollas populares y atendían los comedores populares. Fue una de las principales protagonistas de la lucha. La FOTIA y CGT convocaron a una concentración para el jueves 12 de enero de 1967. Alrededor de las 11 la policía avanzó ante la gente. Hilda recibió un disparo en la frente. Estalló la furia popular.

Las protestas contra la política económica y social de la Dictadura irían incrementándose hasta estallar en el Cordobazo, en mayo de 1969, y se extenderían en rebeliones populares por las principales ciudades del país.

 

Hoy, como siempre, las mujeres trabajadoras estamos en la primera trinchera de lucha, codo a codo con el conjunto de nuestra clase y de nuestro pueblo, en lucha por un mundo en el que no haya lugar para la explotación y la opresión de ningún tipo.

 

¡Trabajadoras del mundo, uníos!

 

 

 

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