A dos años de gobierno macrista, lo peor no pasó sino que está por venir. El descontento social se agrava ante los despidos, la inflación y los tarifazos, pero esto no mella las posibilidades del gobierno de lograr una reelección en 2019. Para analizar los problemas económicos y políticos coyunturales pero también las perspectivas estructurales y de largo plazo de nuestro país, entrevistamos a Claudio Katz.

 

A Vencer: ¿Qué balance haces del gobierno luego de dos años del macrismo en el poder?

Claudio Katz: Es evidente que Macri encabeza un gobierno al servicio de los millonarios. Delegó la gestión del país en sus propios dueños conformando un gabinete de CEOs, que trasladó las normas del gerenciamiento privado. Un gran segmento del electorado avaló ese desembarco de potentados a la función pública imaginando que estimularía la inversión. Cambiemos alentó esa creencia presentando a sus ministros como patriotas, que renunciaban a grandes ingresos en su propia actividad privada para servir a la nación.
Pero dos años de administración del PRO han desmentido esas fantasías. Cada ministro maneja su radio de influencia como un plan de negocios, tendiente a engrosar los bolsillos de sus allegados. Apuntalan a sus empresas desde ambos lados del mostrador e incrementan sus fortunas usufructuando el manejo de la información confidencial del estado. La cleptocracia que gobierna privilegia descaradamente ese enriquecimiento particular. Sólo la manipulación de los jueces y el blindaje de los medios taponan la denuncia de esta escandalosa secuencia de fraudes.
El predominio de los financistas en el gabinete refuerza el récord de estafas en curso. Los banqueros imponen el alocado endeudamiento que afrontarán las próximas generaciones y utilizan las empresas off shore para lavar el dinero. Los ministros que convocan a fortalecer el ahorro nacional localizan su patrimonio personal en el exterior y delegan el control de la recaudación en reconocidos expertos en la evasión fiscal.
Esta gravitación de los financistas ensombrece el favoritismo inicial que exhibió Macri hacia el lobby agro-minero. La soja, el litio y el petróleo son los principales negocios en agenda, pero ningún subsidio compensa el torrente de dinero que capturan los bancos. Ese privilegio comienza a generar tensiones al compás de la apreciación del tipo de cambio. También se avecinan conflictos con varios sectores industriales. Aunque la cúpula de la UIA sostiene al gobierno apostando a una drástica demolición de los derechos laborales, un creciente número de firmas sufre la apertura importadora.
El descomunal déficit comercial ilustra la magnitud de esa invasión de productos foráneos. En lugar de abastecer a las góndolas del mundo, Argentina absorbe todo tipo de excedentes del resto del planeta, en un marco de quiebras, despidos y cierres de empresas. El proyecto de convertir las plantas de Tierra del Fuego en espacios vacíos para el turismo ilustra esa devastación.

A.V.: ¿Qué similitudes encontrás entre el actual proyecto y lineamientos del gobierno y las políticas neoliberales desarrolladas durante el menemismo? ¿Cuáles serían las diferencias en términos locales e internacionales?

C.K.: El escenario actual presenta muchas semejanzas con el menemismo. Los mismos derechistas vuelven a ocupar posiciones claves en el estado, para consumar una gran agresión contra los trabajadores. La difundida imagen de un proyecto para un tercio de la población (sin lugar para el resto) retrata el modelo actual. Especialmente la destrucción del empleo estable busca reproducir el desamparo de los 90.
Las analogías con ese período se extienden a la apreciación del tipo de cambio, la demolición de la producción nacional y el despilfarro de dólares en el turismo. Pero la semejanza más dramática se localiza en el endeudamiento. El gobierno cuenta con reservas y margen para seguir tomando préstamos, pero alimenta una peligrosa caldera.
Existen igualmente varias diferencias con el precedente menemista. Cambiemos enfrenta ante todo un nivel de resistencia popular muy superior. No pudo doblegar los paros, marchas y piquetes que erosionan su proyecto. En diciembre perpetró el saqueo a los jubilados en el Congreso pero perdió la batalla en las calles. En ningún país de la región se verifica una escala de protestas sociales de esta intensidad.
También el contexto internacional es muy distinto a los años 90. La euforia con las privatizaciones ya es historia y los mercados de las grandes potencias están cerrados a las exportaciones argentinas. Los poderosos del mundo tantean sus negocios en el país sin ofrecer nada a cambio. Como Trump y Macron incumplieron sus promesas de reabrir las compras de productos nacionales, Macri tuvo que improvisar visitas de emergencia a Rusia y a China para mendigar ventas. Los precios de las materias primas no han caído tanto como la dificultad para incrementar esas colocaciones externas. Argentina “retorna al mundo” cuando sus socios le dan la espalda.
Pero el principal contraste con el menemismo se ubica en la ausencia del espejismo que generó la convertibilidad. En lugar de la abrupta estabilización de precios que apuntaló a Cavallo prevalece un continuo agravamiento de la inflación estructural. La carestía ya no es el resultado de la restricción de oferta ante una demanda recompuesta que predominó durante el kirchnerismo. Las remarcaciones actuales derivan directamente del impacto generado por las devaluaciones y los tarifazos.
El modelo en curso no brinda el respiro que otorgó la convertibilidad y por eso se verifica un monumental abismo entre las promesas del PRO y la realidad actual. En un marco de elevada inflación, el crecimiento es totalmente “invisible”. Se limita al conocido rebote que sucede a las caídas del PBI. También el incremento de la ocupación carece de envergadura y sólo refleja ese vaivén. Incluye, además, el reemplazo de empleos estables por monotributistas precarizados. El salario se contrae, la inversión repite los bajos porcentuales de los últimos años, la emisión es altísima y el déficit fiscal se ha disparado.

A.V.: ¿Cuáles son las expectativas en este escenario?

C.K.: Frente a este sombrío escenario las justificaciones oficiales son cada vez más inconsistentes. Repiten el pretexto de la demora, señalando que el esperado “segundo semestre” llegará con dos años de retardo. Suponen que ese futuro irrumpirá como corolario del ajuste realizado con las tarifas y el tipo de cambio. Pero ya es evidente que la inflación socava ese objetivo, ubicando a las dos variables en el mismo punto de partida.
También el recitado de la “pesada herencia” pierde credibilidad. Los desequilibrios recibidos nunca tuvieron la envergadura de la hiperinflación de 1989 o del colapso del 2001 y fueron acentuados por las propias medidas que adoptó Cambiemos. El pretexto del gradualismo tampoco aclara nada. Sólo justifica lo que no funciona suponiendo que apretando el acelerador se observarían otros efectos. Más sencillo es percibir lo contrario: el desastre actual sería infinitamente superior con una dosis mayor de la misma receta.
El cúmulo de agujeros del modelo actual salió a flote con la imprevista devaluación de diciembre. Los banqueros propiciaron ese giro atemorizados por la desactualización del dólar, el déficit comercial y la fuga de capital. Desde ese momento el gobierno oscila entre subir la tasa de interés para frenar la inflación y bombear el nivel de actividad para evitar la recesión. Pero como no hay inversión, ni crecimiento sostenido, la frazada es corta en cualquier alternativa.
Es falso que “lo peor ya pasó”. Al comienzo de 2018 la recuperación del PBI tiende a frenarse, los precios se despistan y el cepo al salario resiente el consumo apagando el único motor del PBI. La duración del modelo está cada vez más atada al endeudamiento, en un país ubicado entre las cinco economías más vulnerables a los efectos de una eventual crisis internacional.

A.V.: ¿Cómo impacta el creciente descontento social en las posibilidades del macrismo de ganar las elecciones en 2019? ¿Se ha erosionado el consenso que habían logrado?

C.K.: Hasta el momento la adversidad económica no tiene correlatos políticos directos. Con todos los fallidos en sus alforjas, Macri apuesta a lograr la reelección en 2019. Por esa vía intentará crear una relación de fuerzas favorable a la imposición de un ajuste brutal. Nadie sabe si podrá lograrlo, pero todas sus medidas apuntan a garantizar esa continuidad del oficialismo en la Casa Rosada.
Los estrategas del PRO propician aguantar el malestar social con medidas distractivas, demagogia y asistencialismo. Promueven la división del justicialismo para impedir una oposición unificada, mientras aceitan la cooptación de los gobernadores y los partidos provinciales. Utilizan, además, las ficciones de Carrió y las quejas de la UCR para canalizar el descontento y perfeccionan un aparato electoral, que ya presenta a Macri como el inexorable ganador de los comicios.
Ese operativo exige neutralizar la resistencia social y disolver las luchas con el auxilio de la burocracia sindical. La subordinación total de la justicia y el perfeccionamiento del control ideológico que ejercen los medios es igualmente vital. Macri levantará la bandera del mal menor frente al temor popular a un vacío y consiguiente retorno al 2001. Utilizará a fondo la estructura del estado para su campaña y continuará asimilando demandas como el aborto, que son totalmente ajenas a su trayectoria. El curso de la economía ha quedado muy atado a la continuidad o desplazamiento del macrismo en 2019.

A.V.: ¿Cuáles son las contradicciones estructurales y los objetivos de fondo de las reformas que se pretende imponer?

C.K.: Los resultados económicos adversos no le impiden al oficialismo mantener la iniciativa política y la ofensiva contra los trabajadores. Pero ese manejo acentúa las tormentosas consecuencias de la inadecuación estructural del capitalismo argentino a la mundialización neoliberal. Esta desconexión ya acumula varias décadas de aguda irresolución.
El país tuvo una industrialización temprana con cierto desenvolvimiento del mercado interno y conquistas sociales muy superiores a todos los vecinos de la región. Esa matriz choca actualmente con las exigencias de rentabilidad de la globalización capitalista. Los principios de competitividad y productividad -que tanto endiosan los neoliberales- obligan a una brutal reestructuración social regresiva.
Argentina ha perdido, además, el privilegiado lugar que tenían en el pasado sus exportaciones de carne y trigo. La soja no cumple la misma función multiplicadora de otras actividades productivas. Al contrario, acentúa la quiebra de la agricultura integral y complementa la eliminación de puestos de trabajo que genera el extractivismo minero.
La adaptación a la mundialización neoliberal genera una pesadilla sin fin entre los sectores populares. Un tercio de la población ha quedado condenada a la informalidad laboral y el asistencialismo se ha transformado en un dato perdurable de las cuentas del estado. Esa erogación surgida de la lucha popular se ha convertido en un gasto indispensable para la reproducción social. Mientras Macri divaga con el espejo de Europa, todos los indicadores sociales asemejan al país al resto de América Latina.
Esta regresión económica presenta ciertas semejanzas con el devenir seguido por Brasil. Las dos principales naciones de Sudamérica afrontan los mismos procesos de retroceso industrial y primarización exportadora, en contextos de gran volatilidad del capital y serruchos del PBI. Pero la adversidad mayor que afronta la economía argentina se refleja en la balanza de intercambios comerciales entre los dos países.

V: En este marco, ¿cuál sería la perspectiva de largo plazo para nuestro país?

C.K.: El macrismo encubre con ensoñaciones esta dura realidad. Su último descubrimiento es presentar a Colombia y Perú como los modelos a seguir, abandonando la tradicional emulación de Estados Unidos, España e Italia. Este propósito de imitar economías más subdesarrolladas es una verdadera confesión de lo que imaginan para el futuro.
Intentan transmitir una visión edulcorada de esos modelos extractivistas ocultando su masificación de la exclusión social. No explican, además, por qué razón Argentina atrae inmigrantes de esas naciones (y no al revés). En sus relatos omiten que en Colombia o Perú no existe la estructura industrial a demoler en nuestro país.
Otros divulgadores del relato oficial convocan a imitar el sendero de Australia, como si Argentina tuviera esa posibilidad de elección. Desconocen que la lejana nación de Oceanía tiene una densidad demográfica inferior y un porcentaje superior de recursos naturales por habitante. Ha sido ajena a la complementariedad y rivalidad agrícola con Estados Unidos y su proximidad con el Sudeste Asiático le permitió reconvertir sus exportaciones primarias. Mantiene, además, una estructura social más igualitaria y nunca afrontó las tensiones de cualquier país latinoamericano.

A.V.: ¿En qué medida considerás que los planteos neo-desarrollistas o reformistas que se proponen desde el kirchnerismo o sectores afines constituyen una alternativa real frente al macrismo?

C.K.: La inadaptación del capitalismo argentino a la actual división global del trabajo es un diagnóstico soslayado por los autores neo-desarrollistas. Observan al capitalismo como un dato inamovible y reducen todas las desventuras de la economía a los desaciertos del modelo vigente. Contraponen este curso con el imperante en la década pasada y estiman que un retorno al rumbo kirchnerista permitiría retomar el crecimiento y la inclusión.
Esta mirada olvida el sustrato capitalista común de los dos esquemas y su consiguiente adaptación a momentos diferentes de la acumulación. El neo-desarrollismo irrumpió para enmendar el descalabro legado por el 2001. Intentó revitalizar la industria con auxilios estatales, bajas tasas de interés y tipos de cambio competitivos, sin remover el esquema agro-exportador.
Por esa limitación volvió a depender de la coyuntura internacional y sólo pudo mantener la bonanza durante los altos precios de las exportaciones. En ese periodo recompuso la producción y sostuvo el crecimiento con la afluencia de dólares. Pero al mantener intactos los cimientos del subdesarrollo, quedó paralizado frente al cambio del contexto internacional. En ese momento reaparecieron los cuellos de botella, el incentivo al consumo dejó de funcionar y el déficit fiscal resurgió con alta inflación.
Registrar la estrecha asociación del declive económico argentino con la crisis del capitalismo dependiente es el punto de partida para concebir otro futuro. Con ese diagnóstico se pueden buscar alternativas comprometidas con la erradicación de un sistema que empobrece a las mayorías populares.

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