Tras el triunfo electoral de octubre, el macrismo decidió avanzar con fuerza con su programa neoliberal. El “reformismo permanente”, que se iniciaría con la reforma previsional y fiscal, tenía como centro la reforma laboral (cuya aprobación se pensaba dar en el mismo mes de diciembre) y se extendería a otras reformas, como la política. Sin embargo, la crisis política que generó su rechazo movió el tablero. No fue el parlamento -como pregonaban el oficialismo y la mayoría de la oposición- sino la calle, la que ocupó el centro de la escena y permitió dar el primer gran revés al macrismo. Con la imagen de una Argentina prendida fuego, la caída entre 10 y 15% de la imagen positiva de Macri -según sus encuestadoras afines-, y el temor a que un nuevo proyecto de reforma lleve a otro combate de calles con implicancias inciertas, el gobierno se vio obligado a revisar su “reformismo permanente”.

Reforma por goteo y en cuotas

La reforma laboral, tal como estaba presentada en el parlamento, apoyada inicialmente por el peronismo de Pichetto y por del triunvirato cegetista, tuvo que ser retirada por el gobierno. Como alternativa, el gobierno decidió avanzar por partes en la reforma laboral, promoviendo acuerdos con la cúpula sindical y con los sectores más negociadores de la oposición. El triunviro Héctor Daer, expresando a pesos pesados del sindicalismo, salió enseguida a avalar la iniciativa.

El primer paso de este “goteo” lo dio Macri con el “megadecreto” para derogar 19 leyes y modificar otras 140. Esto permite el “blanqueo” del trabajo en negro a “cambio” del no pago de obligaciones por parte de empresarios, habilita el embargo de cuentas sueldo de trabajadores/as y permite que una caja que está destinada a la seguridad social como la ANSES pueda volcarse a realizar operaciones financieras.

Sin embargo, la medida es tan escandalosa que todo el arco opositor -incluyendo a los hiperdialogistas como Pichetto, Bossio, o el massismo- se montó sobre el cambio de humor post-diciembre y adelantó su rechazo. La aceptación o no del decreto en el Congreso se convertirá en una nueva pulseada política de dimensiones para el gobierno, a comienzos de este mes de febrero.

Despidos y paritarias en el centro de la escena

Con la reforma laboral en cuotas como trasfondo, el gobierno se centra ahora en dos formas de ataque a la clase trabajadora: los despidos y el techo salarial.

Los despidos son parte del perverso mecanismo de reconversión de las formas del trabajo: luego de los despidos masivos, quienes logran reinsertarse en el mercado laboral lo hacen habitualmente en peores condiciones salariales y de derechos. Por eso el Estado habilita al capital privado a despedir libremente y hace lo propio con sus trabajadores y trabajadoras.

A su vez, con la presión para que los gremios acepten un techo de 15% sin cláusula gatillo en las paritarias, el gobierno busca reducir aún más la porción de la torta que le llega a las y los trabajadores. Si ya en los últimos años la gran mayoría de los salarios se han depreciado frente a la inflación, lo mismo sucederá en 2018 si se acepta ese techo, puesto que la inflación prevista por las consultoras afines al gobierno es de un 20% o 25%. La lucha por la paritaria docente, que el gobierno quiere imponer arbitrariamente, será uno de los primeros grandes momentos de esta disputa en 2018.

Esta política empalma con un proyecto neoliberal de Estado mínimo y privatización que se expresa en el ataque al sector público: a la educación, a los hospitales, a los medios públicos, siempre por medio de reestructuraciones que implican achique de presupuesto.

La pelea en las calles, la combatividad, la unidad entre distintas expresiones de lucha, vienen siendo los baluartes principales que hoy sostiene en alto la clase trabajadora, jugando un rol protagónico en el enfrentamiento contra las reformas neoliberales del macrismo. Y lo hace, a pesar del inmovilismo y la traición de la gran mayoría de las direcciones sindicales. Se trata en principio de luchas dispersas, aunque puede percibirse el ánimo renovado que nos dejaron las jornadas de diciembre, mostrando el poder de fuego de nuestra clase.

Ampliar la resistencia y solidaridad en cada una de estas luchas, desplegando la unidad de acción de todos/as los/as que luchan y apostar a la convergencia masiva en nuevos escenarios de carácter general (como puede ser el rechazo al DNU, la movilización del 22 de febrero u otras iniciativas amplias) son hoy la forma principal de enfrentar la avanzada antiobrera del macrismo.

Se mueve el escenario político

El impacto del último diciembre se percibe también en los movimientos políticos. Tras el triunfo de Macri en 2015, todos los pesos pesados de la dirigencia sindical se doblegaron frente al nuevo presidente. Más de uno incluso, como Moyano, dejó entrever sus simpatías con él. La oposición política asumió, a excepción de la izquierda, el discurso de la “responsabilidad”. En su nombre, el massismo le dio sus votos a Cambiemos y lo mismo hicieron sectores del PJ como el de Pichetto o el de Bossio y los gobernadores. Con un discurso similar, Cristina Fernández no promovió ninguna acción política de lucha, por fuera de la estrictamente electoral y el kirchnerismo estuvo casi dos años sin orientación.

Ahora, sin embargo, con el “sentido de la oportunidad” a que nos tiene acostumbrada gran parte de la dirigencia, la irrupción del pueblo trabajador que se vio en diciembre y cierto debilitamiento de la figura de Macri, llevaron a cambios de táctica y de bando.

Una parte de la dirección burocrática, con Moyano y Barrionuevo a la cabeza, confluyendo con la Corriente Federal y otros sectores de la CGT, difundió su rechazo a la reforma laboral y prometió una movilización para el 22 de febrero, lo que expresa una virtual ruptura de la cúpula de la CGT, diferenciada frente a los “gordos”. No es por casualidad que tras este giro, las causas penales empiecen a caer sobre Moyano.

En sintonía, el massismo y los sectores más rancios del PJ rechazaron el DNU de Macri y se muestran más opositores que antes.

Mientras tanto, el kirchnerismo, cuyas bases y algunas de sus organizaciones venían participando de experiencias de lucha, amplió su presencia en las calles y se mostró junto a la izquierda en momentos significativos como fueron las jornadas de diciembre.

Derrotar el ataque de Macri y construir una verdadera salida política

La lucha actual tiene dos elementos centrales: poner freno a la avanzada antiobrera de Cambiemos y aportar al desarrollo de una alternativa política al macrismo.

En el primer plano, lo central es poder generar una correlación de fuerzas que ponga tope a las iniciativas neoliberales. Para eso es vital promover la más amplia unidad de acción, como se expresó en diciembre. Esta política unitaria, no implica delegar nuestra representación política en los sectores más influyentes, sino confluir con ellos en pos de un planteo que nos unifica, dejando de lado todos los sectarismos.

Luego, para aportar al desarrollo de una salida política, es preciso prestar atención al campo de fuerzas que existe en nuestro país. Además de Cambiemos, el actor más relevante del escenario político actual es el peronismo, que hoy se está rearticulando a partir de una idea central: la unidad de todo el PJ. El olvido y tolerancia de las diferencias entre ellos es una condición básica de esa propuesta. Allí el kirchnerismo debe integrarse y subordinarse a una propuesta mucho más amplia del PJ en donde tendrán lugar todos los que fueron señalados como “traidores” antes y ahora. Ahí estarán Massa, Pichetto, Berni, los gobernadores, toda la dirigencia sindical entreguista, desde Moyano hasta Daer. Y la lista sigue.

Para toda una camada de militantes y simpatizantes que se acercaron al kirchnerismo en busca de un cambio de fondo y que siempre apostaron a “ir por lo que falta”, esta salida significa lisa y llanamente liquidar todo proyecto de emancipación e integrarse completamente a una estructura descompuesta que viene siendo parte central del entramado de poder desde hace décadas.

Mientras tanto, la izquierda, sin dejar aún de tener una influencia más reducida, viene jugando un rol destacado, con amplia presencia en la lucha de calles, y aprovechando los espacios institucionales como el parlamento para amplificar la llegada de los reclamos populares. Lo hace, además, desarrollando una acertada unidad de acción para enfrentar el ajuste, sin dejar -en ese marco- de plantear la necesidad de una propuesta política superadora al macrismo, pero también al PJ.

Desde Venceremos consideramos que el marco de las luchas actuales abre una oportunidad para que la izquierda pueda ampliarse y fundirse con importantes sectores de la clase trabajadora, del movimiento de mujeres, de la juventud, que en muchos casos hicieron su aporte al proyecto kirchnerista, pero que saben que es preciso ir más allá para derrotar efectivamente a los representantes de la derecha neoliberal. Porque pelear por lo que falta en nuestro país, supone consolidar una amplia salida desde la izquierda, como proyecto de masas para una nueva Argentina.

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