Por David Alterman, militante de Venceremos – Partido de Trabajadorxs

No es un error o una reacción espontánea. Decir, como la inmensa mayoría de los periodistas lo estuvo haciendo desde el lunes 18 de diciembre (y que la mayoría de la población repite casi en forma automática), que “lamentablemente” un minúsculo grupo de violentos, al margen de la mayoría de las y los manifestantes que se manifestaban en forma pacífica, “agredió” a la policía es tergiversar la realidad (no era un minúsculo grupo sino cientos de integrantes de varias organizaciones). Tampoco es un error sino que responde a cierta intencionalidad, analizar la situación a partir de un instante determinado, desenganchada de un antes y un después de dicha actividad.

Comenzar un análisis de la realidad sin tomar en cuenta la historia que precede los hechos a examinar, es como si alguien va al médico, le dice que le duele el estómago y el profesional le receta un analgésico, sin preguntarle, mínimamente, que alimento ingirió o qué bebió.

¿Dónde surgió, nació, la violencia? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién la generó? ¿Por qué? No es una clase de periodismo (aunque se parezca), se trata de preguntas esenciales para entender cualquier situación.

Por lo menos llama la atención que se inicie un análisis a partir de las imágenes donde un militante toma un artefacto de pirotecnia y lo lanza en dirección a la policía y, en segundo término, se muestre el ataque a una persona entre cuatro o cinco policías disparando contra él gas pimienta y rematando la agresión con un palazo. Implica, necesariamente, una valoración de los hechos: primero las y los “violentos” (o sea las y los que provocaron la situación) y luego el “otro bando”, los que repelieron a las y los agresores. En algunos casos este análisis acompañado de una recriminación a la policía por qué no actuó antes deteniendo a las y los “provocadores”. Tampoco faltó el remate nada ingenuo: “la agresión de unos y otros” como si se tratara de dos bandos enfrentados al margen de la sociedad (¿la teoría de los dos demonios?).

En todo caso si bien es cierto que habían dos bandos enfrentados haría las siguientes preguntas: ¿Quién tiró la primera piedra? ¿Quién impone medidas que afectan al pueblo? ¿Quién se opone, y resiste una injusticia hasta con su cuerpo, poniendo en riesgo su vida? ¿Quién determinó una medida que implica NECESARIAMENTE dolor y sufrimiento a un sector del pueblo y quien lucha por todos los medios a su alcance para evitarla? ¿Quién impone bajar los ingresos de los jubilados y jubiladas deteriorando su calidad de vida y quién se indigna ante semejante afrenta y explota (sí, literalmente explota) y actúa en consecuencia?

El jueves 14 y el lunes 18 de diciembre de 2017 un sector de la sociedad salió a la calle. En una actitud loable y, a pesar de las diferencias políticas (que no son pocas ni menores), las organizaciones confluyeron en conjunto para frenar la ley que se discutía en el Congreso porque claramente significaba consumar una violencia de magnitud en contra de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Como ya se sabe, la violencia engendra violencia. Contra la violencia de los poderosos surgió, como inevitable respuesta, la violencia popular. Pero, a diferencia de diciembre de 2001, el pueblo avanzó organizado. Por eso fue una violencia de otro tipo.

Tratan de imponer la idea que el y la militante o activista es violento/a y detestable porque se involucra en la lucha social y política sin aceptar mansamente que los políticos que responden al sistema, decidan sobre la vida del pueblo. Por eso cuando dicen: eran activistas organizados los que tiraban piedras, apuntan a desprestigiar a la y el militante y a las organizaciones. En otras palabras: para el poder, la acción de resistencia organizada es un acto que se debe repudiar. Así se llega a la aberración (lamentablemente con aval de amplios sectores populares) de descalificar la lucha desarrollada por las organizaciones sociales, gremiales y políticas contraponiéndola a la salida espontánea del pueblo a la calle con las cacerolas en la mano, a expresar “pacíficamente” su oposición a la ley que se estaba discutiendo. La acción del pueblo organizado, en este caso concreto, no es antagónica a las expresiones espontáneas del pueblo. En todo caso complementarias, ya que tienen el mismo objetivo. Cabe señalar que la lucha organizada y unitaria siempre ha sido más efectiva que la lucha espontánea, individual y desorganizada.

Por otro lado las instituciones: policía, gendarmería, prefectura y todas las “fuerzas del orden” son eso, fuerzas que deben garantizar el orden de este sistema. Sistema que beneficia a unos pocos gracias al esfuerzo de muchísimos. Sistema que en “democracia” o en dictadura garantiza que un sector de la sociedad, minoritario, los grandes empresarios, viva a expensas de otro sector, inmensamente mayoritario, los trabajadores. Sistema que por definición es injusto y por eso necesita fuerzas represivas llamadas, para disimular su verdadero objetivo, “fuerzas del orden”. Sistema que se sostiene gracias a un Estado que garantiza su existencia a través de los tres poderes (poder ejecutivo, poder judicial y poder legislativo) de los que derivan las instituciones de todo tipo que, en conjunto, actúan articuladamente para cumplir con dicho objetivo.

Sin embargo la sociedad, las mujeres y los hombres, no son marionetas. Piensan, reflexionan, actúan y generan cambios sociales. Esto implica que, cuando el pueblo se rebela, el sistema que nos domina está en peligro. Peligro de desmoronarse, pero no como consecuencia de sus errores sino como consecuencia, precisamente, de la acción consciente y determinada de aquellas y aquellos que no aceptan vivir sometidos, que se organizan y luchan para terminar con la injusticia.

Por estas razones tratan de impedir o desprestigiar al pueblo organizado cuando responde a la violencia de los de arriba porque sienten que sus representantes en las instituciones del Estado dejan de representar sus intereses.

Felizmente la historia nos enseña que siempre que se quiso dominar al pueblo, éste encontró el camino adecuado para terminar con el orden establecido. Así se terminó con la esclavitud. Así se terminó con la servidumbre del feudalismo. Y así se terminará con el capitalismo, con la explotación del hombre por el hombre.

Los pueblos SIEMPRE eligen la paz, la paz de una vida digna y en libertad. Cuando, contra su voluntad tratan que se resignen a la paz de agachar la cabeza sin resistir, sin combatir la injusticia, los pueblos se levantan.

Las clases y sectores dominantes determinan el grado y nivel de violencia para evitar que los pueblos impongan su voluntad. Por lo tanto, el pueblo deberá responder con el mismo grado y nivel de violencia para romper la resistencia del poder económico y sus secuaces. La violencia la elige y determina la clase dominante, nunca los trabajadores y el pueblo.

Las organizaciones políticas revolucionarias tenemos la imprescindible tarea de ayudar a la clase trabajadora para que se organice para luchar unida contra los que sostienen este sistema de hambre y explotación, los capitalistas y sus sirvientes políticos y sindicales.

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