Sin asco, sin vergüenza y sin rubor, el gobierno nacional justifica la muerte. Lo dice en cadena nacional, con la sangre de un joven mapuche en sus balas, en sus manos, aun tibia. Lo dice a pocos kilómetros de la represión en Villa Mascardi, lo dice a un día del entierro de Santiago Maldonado. Lo dice para nosotros y nosotras, en nuestra cara. Lo dice sin falso remordimiento, sin gestos de duda. A Rafael Nahuel, lo matamos, ¿y qué?, parece explicitar el Estado, firme en decidir sobre nuestra vida, sobre nuestra muerte. Nos matan sin mediar palabra, de un tiro por la espalda, luego existen.

Con similar prepotencia, los medios replican la voz de mando y al unísono van dándole forma a un enemigo interno para quien la muerte (social, económica, histórica, cultural y física) es, convencidos, el único remedio. El pueblo mapuche, que no se dejó doblegar por los conquistadores españoles, que peleó en el ejército libertador de San Martín, que resistió la avanzada roquista; pueblo expoliado por el estado argentino, expulsado por terratenientes gringuísimos, blanco de represiones actuales, recientes y pretéritas, reclama por las tierras y por la vida, por el derecho a organizarse socialmente, a defenderse y a resistir. Para el poder real, para los dueños de todo son una molestia, un insulto, una incomodidad. Joden porque reclaman, reclaman porque los asiste la razón histórica, joden porque luchan y se defienden, en algunos casos, devolviendo todas las violencias que emanan del estado y de las multinacionales, con la violencia legítima de los de abajo. El corte de ruta, la toma/recuperación de territorios, la autodefensa son algunas de las herramientas que el pueblo ha encontrado para no morirse de capitalismo. Nosotros reivindicamos esa lucha porque del otro lado se encuentra el enemigo jurado de los pueblos: los patrones, sus ceos, el estado, sus ceos y la gorra.

El ajuste que nos viene apolillando los bolsillos a los sectores obreros y populares sumado al paquete de reformas (fiscal, previsional, laboral, educativa) que se vienen poniendo a punto requieren de una represión a la medida de los objetivos trazados. Estamos hablando de décadas de retroceso en materia de derechos conquistados por nuestros abuelos y de una ecualización entre los intereses y los planes del gobierno local con la política que fija el mercado internacional, los grandes capitales financieros, sus organismos de créditos, sus usinas de ideas. En el tablero, las fichas del capital avanzan sobre los peones. Preparan un terreno propicio para recibir a los grandes representantes del poder económico en las vísperas de dos eventos de trascendencia: la reunión de la OMC, antesala del G20, que se dará en nuestro país durante noviembre de 2018, con la singular presidencia de Macri como figura y punta de lanza a nivel regional.

Así las cosas. En un año de luchas que tuvieron su pico en el “marzo caliente” –con millones de trabajadores y trabajadoras en las calles- y de afianzamiento de la derecha después de las elecciones de octubre, la salida que se impone es a contrapelo de la mesura y la cautela, a contrapelo de la confianza en redentores que le dicen al movimiento obrero que rece o que aguante, o que vote bien. La salida o el camino es sinuoso, es por abajo, con inteligencia al servicio de la lucha y con unidad de acción en la calle. Sin ese recorrido, las y los laburantes nos meteremos en otro callejón sin salida. Las balas y el hambre son un hecho: debemos estar a la altura de las circunstancias o nos comen los de afuera (y los de adentro).

Otro diciembre nos trae la rebeldía de aquel diciembre. No son los mismos escenarios, ni somos las mismas (organizaciones, militantes ni el pueblo en general) aquellos que pusimos el cuerpo en 2001. La experiencia de esas jornadas nos fortalece, nos reclama, no como herederos genéticos del ímpetu, sino como continuadores coherentes de nuestra propia historia de luchas. Los 40 muertos que puso el pueblo argentino no son ni deben ser nostalgia. La prepotencia de nuestros jóvenes haciendo barricadas o constelando el cielo de piedritas haciendo recular a la montada y apurando helicópteros presidenciales no es pose para la foto. Seremos mejores ahora. Mejor organizados y organizadas, mejor preparados y preparadas para enfrentar la voracidad de este viejo sistema que no se resiste a caer, pero que caerá sólo a condición de que lo tiremos a patadas.

Iremos a contrapelo de la paciencia, de los privilegios de dirigentes y direcciones que son contrarias a las de nuestro pueblo pobre y trabajador, iremos con la convicción de que todo mañana es mejor, de que no hay lucha perdida si no se abandona la lucha, iremos con nuestras premisas como un canto coral ante el silencio y el silenciamiento, a exigir justicia por Santiago a cuatro meses de su desaparición forzada y su asesinato, a exigir justicia por Rafael a días de su fusilamiento, a pelear por nuestros viejos, por nuestras viejas, por nuestros pibes y pibas.

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