Tras más de siete meses al frente de la Casa Blanca y con dificultades en la implementación de las medidas de su programa reaccionario, el presidente norteamericano reestructuró su gabinete para poder relanzar el gobierno. Lejos de una reforma estética o de nombres, los cambios indican un mayor alineamiento y cierre de filas con lo más tradicional del complejo militar-industrial. El imperialismo nuevamente intenta salir de su empantanamiento en Medio Oriente con más guerra, más masacre y más opresión contra los pueblos del mundo.

Donald Trump despidió primero a Antony Scaramucci como vocero del Ejecutivo, luego a su jefe de gabinete Reince Preibus y, finalmente, desplazó a su polémico asesor, el fascista Steve Bannon. Todo en cuestión de pocas semanas y precedidas de incontables escaramuzas e idas y vueltas. Esta seguidilla de salidas del gobierno fueron, a su vez, el resultado de meses y meses de presión de una parte del propio establishment que esmeriló al gobierno de Trump y le impuso un bloqueo legislativo a sus principales iniciativas, la contrarreforma de salud y el veto a la inmigración. La investigación parlamentaria contra el jefe de Estado y su entorno por los lazos de su equipo de campaña con funcionarios rusos para beneficiarlo en la elección contra Hillary Clinton han servido también en el mismo sentido a mantener una presión constante frente a las imprevisible reacciones del magnate tuitero.

Los cambios

Preibus fue reemplazado por el general retirado John R. Kelly, quien reforzó el peso de los militares en la toma de decisiones y «ordenó» las crecientes rencillas entre miembros del propio staff gubernamental. Este militar fue ni más ni menos que jefe del Comando Sur, esa flota de intervención imperialista en América Latina y el Caribe, además de haber participado en la guerra de Irak durante el gobierno de Obama.

Por otra parte, tras el atentado fascista en Charlottesville que se cobró la vida de tres personas (ver aparte), y a pesar de la defensa velada de Trump de los supremacistas blancos, fue desplazado Steve Bannon, el emblema más decidido de la llama «all-right» que acompañado con un discurso nacional-fascista la candidatura del actual presidente. Bannon, al dejar su cargo, dijo en una entrevista que el gobierno por el que había luchado «se había terminado» en referencia al predominio de las tendencias más cercanas al establishment en la disputa interna.

En esa línea, el mandatario norteamericano volvió atrás sobre todas sus promesas de campaña y anunció – en una clara demostración de la continuidad de la hegemonía del imperialismo yanqui- un nuevo despliegue militar en Afganistán para, esta vez sí terminar definitivamente con el «terrorismo yihadista». Se trata claramente del reforzamiento de la clásica y tradicional orientación belicista del imperialismo para salir de su propio empantanamiento. Si bien Trump no brindó información precisa sobre el nuevo envío de tropas y los plazos de la incursión, algunos medios estiman que se sumarían 4.500 militares a los 8.500 que ya se encuentran en territorio afgano. Las bravuconadas y amenazas contra Venezuela y Corea del Norte, si bien no parece que vayan a ocurrir en lo inmediato, se inscriben en este contexto de demostraciones de fuerza del gran gendarme mundial.

Es la economía, estúpido

Esta famosa frase que nació en Estados Unidos explica gran parte de los zig zags de Trump: el nuevo gobierno busca a toda costa alcanzar un nuevo equilibrio en las relaciones internacionales que sean más favorables a Washington en un escenario de crecimiento de otros actores de peso como la Unión Europea y, principalmente, China. Las renegociaciones de los Tratados de Libre Comercio (TLC) comenzando por el NAFTA en conjunto con una política proteccionista de corte más agresiva va de la mano del reforzamiento de los bombardeos y guerras imperialistas.

Sin embargo, las perspectivas que el gobierno norteamericano puede desenvolver en ese sentido son limitadas: la guerra en Medio Oriente lleva más de una década y media prácticamente sin salida en el corto plazo mientras que en el plano internacional no ha logrado abroquelar una mayoría de gobiernos detrás de su política de reorganizaciones de los acuerdos comerciales. En el frente interno, la economía no logró avances más significativos que bajo Obama y desde ya que no hay un proceso de reversión de la desindustrialización y relocalización de capitales.

La mundialización neoliberal no admite vuelta atrás. Eso es lo que parece ir comprendiendo el excéntrico presidente norteamericano.
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Atentado fascista en Charlottesville

Desde la asunción del gobierno de Trump se ha registrado un crecimiento de la actividad de los grupos racistas y supremacistas blancos que cuentan con la simpatía del mandatario. Mientras latinos, musulmanes y mujeres son señalados y culpabilizados, la extrema derecha nunca encuentra condena alguna por parte del jefe de Estado.

El 12 de agosto, una movilización racista de blancos en Charlottesville, Virginia, fue respondida con una masiva demostración antifascista que copó las calles de la ciudad. Mientras marchaban fueron embestidos por un automóvil que los atacó en forma premeditada y huyó dejando un muerto y cientos de heridos, muchos de ellos de gravedad.

Se trató claramente de un atentado de contenido fascista que no fue condenado expresamente ni por el gobierno norteamericano ni virtualmente por ninguno de los gobiernos que se rasgan las vestiduras por la «democracia» y contra el «terrorismo islamista».

Nuestra solidaridad con las víctimas, repudio a la hipocresía imperialista, muerte al fascismo.

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